8.2.08

CAPITULO 13

Capítulo 13
LA COMISION DE REGISTRO DE LOS NACIDOS MUGGLES
—¡Ah, Mafalda! —dijo Umbridge, mirando a Hermione—. ¿Travers te mandó a ti, eh?
—S-sí —chilló Hermione.
—Bien, servirás perfectamente bien. —Umbridge se dirigió al mago vestido de negro y dorado—. Ese problema está resuelto, Ministro, si pueden prescindir de Mafalda en la oficina de Registros podremos empezar inmediatamente. —Consultó su portafolios—. ¡Diez personas hoy y una de ellas la mujer de un empleado del Ministerio! Vaya, vaya… ¡incluso aquí, en el corazón del Ministerio! —Se metió en el ascensor tras Hermione, al igual que los dos magos que habían estado escuchando la conversación de Umbridge con el Ministro—. Vamos directas abajo, Mafalda, encontrarás todo lo que necesites en la sala del tribunal. Buenos días, Albert, ¿no te bajas?
—Sí, por supuesto —dijo Harry con la voz profunda de Runcorn.
Harry salió del ascensor. La reja dorada se cerró con un ruido metálico tras él. Mirando por encima de su hombro, Harry vio el rostro ansioso de Hermione perdiéndose de vista, con un mago alto a cada lado y las gomas de pelo de terciopelo de Umbridge a nivel de su hombro.
—¿Qué te trae por aquí arriba, Runcorn? —le preguntó el nuevo Ministro de Magia. Su largo cabello negro y barba estaban veteados de plateado, y una frente sobresaliente ensombrecía sus brillantes ojos, recordando a Harry a un cangrejo rebuscando bajo una roca.
—Necesitaba hablar un momento con —Harry dudó durante una fracción de segundo— Arthur Weasley. Alguien dijo que estaba en la planta uno.
—Ah —dijo Pius Thicknesse—. ¿Le pillaron contactando con un Indeseable?
—No —dijo Harry, con la garganta seca—. No, nada de eso.
—Ah, bueno, es sólo cuestión de tiempo —dijo Thicknesse—. Si quieres saber mi opinión, los traidores de sangre son tan malos como los sangre sucia. Que tengas un buen día, Runcorn.
—Que tenga un buen día, Ministro.
Harry vio a Thicknesse marcharse por el pasillo de alfombras gruesas. En el momento en que el Ministro se perdió de vista, Harry sacó la Capa de Invisibilidad de debajo de su pesada capa negra, se la lanzó por encima y se dirigió por el pasillo en dirección opuesta. Runcorn era tan alto que Harry se vio obligado a parar para asegurarse de que sus pies estuvieran ocultos.
El pánico le atenazó la parte baja del estómago. Mientras pasaba junta varias puertas brillantes de madera, cada una con una pequeña placa con el nombre del propietario y su ocupación en ella, el poderío del Ministerio, su complejidad, su impenetrabilidad, pareció caer sobre él, de forma que el plan que había tramado con tanto cuidado junto a Ron y Hermione durante las últimas cuatro semanas pareció absurdamente infantil. Habían concentrado todos sus esfuerzos en acceder al interior sin ser detectados: no habían pensado en lo que harían si se veían obligados a separarse. Ahora Hermione estaba metida en procedimientos legales, que indudablemente se prolongaban durante horas; Ron estaba luchando por hacer magia que Harry estaba seguro de que estaba por encima de su nivel, con la libertad de una mujer posiblemente dependiendo de los resultados, y él, Harry, estaba paseándose por el piso superior cuando sabía perfectamente bien que su presa acababa de bajar en el ascensor.
Dejó de caminar, se apoyó contra una pared e intentó decidir lo que hacer. El silencio se abatió sobre él: allí no había bullicio, ni conversaciones, ni pasos ligeros; los pasillos de alfombras púrpuras estaban callados como si hubiesen lanzado un hechizo Muffliato en ellos.
Su oficina debe estar aquí arriba, pensó Harry.
Parecía bastante poco probable que Umbridge guardase las joyas en su oficina, pero por otro lado, parecía tonto no buscar para asegurarse. Por lo tanto, se dirigió de nuevo por el pasillo pasando sólo junto a un mago con el ceño fruncido que murmuraba instrucciones a una pluma que flotaba delante de él, garabateando en un trozo de pergamino.
Ahora prestando atención a los nombres en las puertas, Harry torció en una esquina. A medio camino por el siguiente pasillo se encontró en un espacio amplio y abierto donde una docena de brujas y magos estaban sentados en filas en pequeños pupitres, no muy diferentes a los del colegio, aunque mucho más pulidos y sin pintadas. Harry se detuvó para mirarlos, porque el efecto era bastante hipnótico. Todos estaban agitando y haciendo girar sus varitas al unísono, y cuadrados de papel de colores volaban en todas direcciones como pequeñas cometas rosas. Tras unos pocos segundos, Harry se dio cuenta de que los procedimientos seguían un ritmo, de que todos los papeles formaban el mismo patrón; y tras otros pocos segundos se dio cuenta que estaba viendo la creación de panfletos, que los papeles cuadrados eran páginas, que, cuando se juntaban, se plegaban y se les aplicaba magia, y se depositaban en pilas ordenadas al lado de cada bruja o mago.
Harry se aproximó con sigilo, aunque los trabajadores estaban tan concentrados en lo que estaban haciendo que dudaba que notasen un paso silencioso sobre la alfombra, y cogió un panfleto completo de la pila de detrás de una bruja joven. Lo examinó bajo la capa de Invisibilidad. Su portada rosa estaba grabada con un título dorado:

SANGRES SUCIA
Y los Peligros Que Suponen
para una Pacífica Sociedad de Sangre Limpia

Bajo el título había un dibujo de una rosa roja con una cara de sonrisa tonta en el medio de los pétalos, siendo estrangulada por una mala hierba verde con colmillos y el entrecejo fruncido. En el panfleto no figuraba el nombre del autor, pero de nuevo, las cicatrices en la parte posterior de su mano derecha parecieron hormiguear mientras lo examinaba. Entonces la joven bruja a su lado confirmó su suposición al decir, todavía agitando y dando vueltas a su varita:
—¿Alguien sabe si la vieja arpía se pasará todo el día interrogando a sangres sucia?
—Cuidado —dijo el mago a su lado, mirando con nerviosismo a su alrededor; una de sus páginas perdió el ritmo y cayó al suelo.
—¿Qué pasa, ahora tiene orejas mágicas además de un ojo?
La bruja miró hacia la puerta brillante de caoba frente al espacio lleno de fabricantes de panfletos; harry también miró y la cólera se alzó en su interior como una serpiente. Donde debería haber habido una mirilla en una puerta principal muggle, un ojo grande y redondo con un brillante iris azul había sido colocado en la madera… un ojo que era terriblemente familiar para cualquiera que hubiese conocido a Alastor Moody.
Durante una fracción de segundo Harry se olvidó de donde se encontraba y lo que estaba haciendo allí: incluso se olvidó de que era invisible. Avanzó directamente hacia la puerta para examinar el ojo. No se movía: miraba ciegamente hacia arriba, congelado. En la placa que tenía debajo se leía:

DOLORES UMBRIDGE
SUBSECRETARIA DEL MINISTRO

Debajo de eso, una placa nueva ligeramente más brillante ponía:

JEFA DE LA COMISIÓN DE REGISTRO DE NACIDOS MUGGLES

Harry volvió la vista a las docenas de fabricantes de panfletos; aunque estaban concentrados en su trabajo, difícilmente podía suponer que no notasen que la puerta de una oficina vacía se abría delante de ellos. Por lo tanto sacó de un bolsillo interior un extraño objeto con pequeñas piernas que se balanceaban y una bocina de caucho como cuerpo. Poniéndose en cuclillas bajo la capa, colocó el Detonador Trampa sobre el suelo.
Este se escabulló al momento entre las piernas de los magos y brujas que estaban enfrente. Unos pocos momentos después, durante los que Harry estuvo esperado con la mano en el pomo, se oyó un fuerte golpe y una gran cantidad de humo negro acre ondeó en una esquina. La joven bruja de la primera fila chilló: páginas rosas volaron por todas partes cuando ella y sus compañeros saltaron, buscando la fuente del revuelo. Harry giró el pomo, entró en la oficina de Umbridge y cerró la puerta.
Sintió como si hubiese retrocedido en el tiempo. La habitación era exactamente igual que la oficina de Umbridge en Hogwarts: colgaduras de encaje, paños y flores secas cubrían cada superficie disponible. Las paredes tenían los mismos platos ornamentales, cada uno con un gatito muy coloreado decorado con lazos, brincando y retozando con repugnante monería. El escritorio estaba cubierto por una tela con flores y volantes. Detrás del ojo de Ojoloco, un enganche telescópico permitía a Umbridge espiar a los trabajadores que estaban al otro lado. Harry miró por él y vio que todavía estaban reunidos en torno al Detonador Trampa. Arrancó el telescopio de la puerta, dejando un agujero en su lugar, le sacó el ojo mágico y se lo guardó en el bolsillo. Después se giró para examinar de nuevo la habitación, levantó la varita y murmuró:
—¡Accio guardapelo!
No pasó nada, pero era lo que había esperado; sin duda Umbridge sabía todo sobre encantamientos y hechizos protectores. Por lo tanto se apresuró hacia detrás del escritorio y empezó a abrir los cajones. Vio plumas y cuadernos de notas y celo mágico; sujetapapeles que se enroscaban como serpientes saliendo del cajón y a los que había que hacer retroceder; una recargada cajita con encaje llena de gomas y pinzas de pelo de repuesto; pero ni rastro de un guardapelo.
Había un archivador detrás del escritorio. Harry empezó a buscar en él. Como los archivadores de Filch en Hogwarts, estaba lleno de carpetas, cada una etiquetada con un nombre. No fue hasta que Harry llegó al cajón que estaba más abajo que vio algo que lo distrajo de su búsqueda: el archivo del señor Weasley.
Lo sacó y lo abrió.

ARTHUR WEASLEY
ESTADO DE SANGRE: Sangre pura, pero con inaceptables tendencias a favor de los muggles. Conocido miembro de la Orden del Fénix.
FAMILIA: Mujer (sangre pura), siete hijos, los dos más jóvenes en Hogwarts. Nótese bien: el hijo más joven está actualmente en casa, seriamente enfermo. Los inspectores del Ministerio lo confirmaron.
ESTADO DE SEGURIDAD: RASTREADO. Todos los movimientos están siendo controlados. Fuerte probabilidad de que el Indeseable nº 1 contacte (ha estado previamente con la familia Weasley)

—indeseable número uno —murmuró Harry en voz baja mientras volvía a colocar la carpeta del señor Weasley y cerraba el cajón. Tenía una idea de quién era ese, y efectivamente, cuando se enderezó y echó un vistazo a la oficina buscando nuevos sitios donde ocultar cosas, vio un póster de sí mismo en la pared, con las palabras INDESEABLE Nº 1 estampadas en su torso. Una pequeña nota rosa estaba con un dibujo de un gatito estaba clavada en la esquina. Harry se acercó hasta allí para leerla y vio lo que Umbridge había escrito: “A ser castigado”
Más enfadado que nunca, procedió a buscar a tientas en los fondos de los jarrones y cestas de flores secas, pero no le sorprendió demasiado de que el guardapelo no estuviese allí. Barrió la oficina con una última mirada y su corazón dio un salto. Dumbledore le estaba mirando desde un pequeño espejo rectangular, sujeto a una librería tras el escritorio.
Harry atravesó el cuarto a la carrera y lo cogió, pero en el momento en que lo tocó se dio cuenta de que no era un espejo. Dumbledore estaba sonriendo melancólicamente desde la portada de un libro reluciente; Harry no se dio fijó de inmediato en la curvada escritura verde sobre su sombrero —Vida y Mentiras de Albus Dumbledore— y tampoco de la escritura más pequeña sobre su torso: “por Rita Skeeter, autora de éxito de Armando Dippet: ¿Maestro o Idiota?”
Harry abrió el libro de forma aleatoria y vio una fotografía en una página que mostraba a dos adolescentes, ambos riendo sin moderación con los brazos alrededor de los hombros del otro. Dumbledore, ahora con el pelo largo hasta los codos, se había dejado crecer una barba rala que recordaba a la de Krum, y que tanto había molestado a Ron. El muchacho que se reía en silenciosa diversión junto a Dumbledore tenía un aire eufórico y salvaje. Su cabello dorado caía en rizos sobre sus hombros. Harry se preguntó si sería un joven Doge, pero antes de poder comprobar el pie de foto, la puerta de la oficina se abrió.
Si Thicknesse no hubiese estado mirando por encima del hombro al entrar, Harry no habría tenido tiempo de cubrirse con la Capa de Invisibilidad. Aun así, creyó que Thicknesse tal vez había vislumbrado un movimiento, porque durante un momento o dos se quedó bastante quieto, mirando con curiosidad al lugar donde Harry se acababa de desvanecer. Quizás decidiendo que todo lo que había visto era a Dumbledore rascándose la nariz en la portada del libro, porque Harry lo había colocado con rapidez en el estante, Thicknesse al fin se acercó al escritorio y apuntó con su varita a la pluma preparada en el tintero. Esta salió disparada y empezó a garabatear una nota para Umbridge. Muy despacio, casi sin atreverse a respirar, Harry salió de la oficina hacia el espacio abierto que estaba detrás.
Los fabricantes de panfletos todavía estaban apiñados alrededor de los restos del Detonador Trampa, que continuaba ululando débilmente mientras echaba humo. Harry se apresuró al pasillo mientras una bruja decía:
—Me apuesto a que llegó hasta aquí desde Encantamientos Experimentales. Son tan descuidados, ¿recuerdas aquel pato venenoso?
Volviendo con rapidez a los ascensores, Harry repasó sus opciones. Nunca había sido muy probable que el medallón estuviera en el Ministerio, y no había esperanza de sacarle a Umbridge su localización con un encantamiento mientras estuviera sentada en una sala atestada. Su prioridad ahora tenía que ser abandonar el Ministerio antes de que los descubrieran, e intentarlo de nuevo otro día. Lo primero que tenía que hacer era encontrar a Ron, y entonces podían pensar en una manera de sacar a Hermione de la sala del tribunal.
El ascensor estaba vacío cuando llegó. Harry saltó al interior y se sacó la Capa de Invisibilidad cuando este empezó a descender. Para su enorme alivio, cuando se detuvo en la planta dos, un Ron, empapado y con los ojos muy abiertos, entró.
—B-buenos días —tartamudeó hacia Harry mientras el ascensor se volvía a poner en marcha.
—¡Ron, soy yo, Harry!
—¡Harry! Caray, me había olvidado del aspecto que tenías… ¿Por qué no está Hermione contigo?
—Tuvo que bajar a las salas del tribunal con Umbridge, no pudo rechazarla, y…
Pero antes de que Harry pudiese acabar el ascensor se detuvo otra vez: las puertas se abrieron y el señor Weasley entró, hablando con una bruja anciana cuyo cabello rubio estaba estirado tan alto que parecía un hormiguero.
—… entiendo muy bien lo que me dices, Wakanda, pero me temo que no puedo participar en…
El señor Weasley se interrumpió; se había fijado en Harry. Fue muy extraño que el señor Weasley le fulminase con la mirada con tanta aversión. Las puertas del ascensor se cerraron y los cuatro bajaron lentamente una vez más.
—Oh, hola Reg —dijo el señor Weasley, mirando alrededor ante el sonido del chorrear constante de la túnica de Ron—. ¿No estaban hoy interrogando a tu mujer? Eh… ¿qué te ha pasado? ¿Por qué estás tan mojado?
—En la oficina de Yaxley está lloviendo —dijo Ron. Le habló al hombro del señor Weasley, y Harry estaba seguro de que temía que su padre pudiese reconocerlo si se miraban directamente a los ojos—. No pude pararlo, así que me enviaron a buscar a Bernie… Pillsworth, creo que dijeron…
—Sí, últimamente ha estado lloviendo en muchas oficinas —dijo el señor Weasley—. ¿Intentaste una Maldición Meteorológica Recanto? A Bletchley le funcionó.
—¿Maldición Meteorológica Recanto? —susurró Ron—. No, no lo probé. Gracias p… quiero decir, gracias, Arthur.
Las puertas del ascensor se abrieron; la vieja bruja del pelo de hormiguero salió, y Ron la siguió hasta perderse de vista. Harry hizo un movimiento para seguirlo, pero encontró su camino bloqueado cuando Percy Weasley entró en el ascensor, con la nariz enterrada en unos papeles que estaba leyendo.
Hasta que las puertas se cerraron de nuevo con un ruido metálico, Percy no se dio cuenta de que estaba en un ascensor con su padre. Levantó la vista, vio a Arthur, se puso rojo como un rábano y salió del ascensor en cuanto las puertas se abrieron otra vez. Por segunda vez Harry intentó salir, pero esta vez vio su camino bloqueado por el brazo de Arthur.
—Un momento, Runcorn.
Las puertas del ascensor se cerraron y mientras bajaban otro piso, el señor Weasley dijo:
—Oí que pasaste información sobre Dirk Cresswell.
Harry tuvo la impresión de que la ira del señor Weasley no sólo era por haberse cruzado con Percy. Decidió que su mejor opción era hacerse el tonto.
—¿Perdón? —dijo.
—No finjas, Runcorn —dijo el señor Weasley con fiereza—. Localizaste al mago que falsificó su árbol genealógico, ¿verdad?
—Yo… ¿y qué si lo hice? —dijo Harry.
—Que Dirk Cresswell es diez veces mejor mago que tú —dijo el señor Weasley con calma, mientras el ascensor bajaba todavía más—. Y si sobrevive a Azkaban, tendrás que responder ante él, por no decir ante su mujer, sus hijos y sus amigos…
—Arthur —le interrumpió Harry—, ¿sabes que te están investigando, verdad?
—¿Eso es una amenaza, Runcorn? —dijo el señor Weasley elevando la voz.
—No —dijo Harry— ¡Es un hecho! Están vigilando cada movimiento que haces…
Las puertas del ascensor se abrieron. Habían alcanzado el Atrio. El señor Weasley lanzó a Harry una mirada cáustica y salió del ascensor. Harry se quedó de pie, sacudido, deseando estar haciéndose pasar por cualquier otro excepto Runcorn… las puertas del ascensor se volvieron a cerrar.
Harry sacó la Capa de Invisibilidad y se la volvió a poner. Intentaría sacar a Hermione por su cuenta mientras Ron se ocupaba de la oficina en la que llovía. Cuando las puertas se abrieron, salió a un pasillo de piedra iluminado con antorchas bastante diferente a los pasillos con paneles de madera de los pisos superiores. Cuando el ascensor traqueteó de nuevo, Harry tembló ligeramente, mirando hacia la lejana puerta negra que marcaba la entrada al Departamento de Misterios.
Salió del ascensor, su destino no era la puerta negra, sino el vano de la puerta que recordaba situado al lado izquierdo, que daba a un tramo de escaleras que bajaba hasta las salas del tribunal. Su mente se llenó de posibilidades mientras las bajaba: todavía tenía un par de Detonador Trampa, ¿pero tal vez sería mejor simplemente llamar a la puerta de la sala, entrar como Runcorn y pedir hablar un momento con Mafalda? Por supuesto, no sabía si Runcorn era lo suficientemente importante como para salir bien parado de esto, e incluso si lo conseguía, la no reaparición de Hermione podría provocar una búsqueda antes de que saliesen del Ministerio…
Sumido en sus pensamientos, no registró de inmediato el extraño frío que lo estaba invadiendo, como si estuviese sumiéndose en la niebla. Con cada paso que daba había más y más frío: un frío que le llegaba al fondo de la garganta y le desgarraba los pulmones. Y entonces sintió ese sentimiento arrebatador de desesperación, de desesperanza, llenándolo, expandiéndose en su interior…
Dementores, pensó.
Y cuando alcanzó la base de las escaleras y se giró a la derecha vio una escena espantosa. El largo pasillo fuera de las salas estaba lleno de figuras altas y con capas negras, con las caras completamente ocultas, su aliento entrecortado era el único sonido en el lugar. Los petrificados nacidos muggles traídos para ser interrogados se sentaban amontonados y temblando en bancos duros de madera. La mayoría ocultaban los rostros entre las manos, quizás en un intento instintivo de escudarse de las codiciosas bocas de los dementores. Algunos estaban acompañados por sus familias, otros se sentaban solos. Los dementores se deslizaban de un lado a otro delante de ellos, y el frío y la desesperanza, y la desesperación del lugar se cernieron sobre Harry como una maldición…
Lucha contra esto, se dijo, pero sabía que no podía conjurar aquí un patronus sin descubrirse al instante. Así que se movió hacia delante tan silencioso como pudo, y con cada paso que daba el entumecimiento pareció invadir su cerebro, pero se forzó a pensar en Hermione y Ron, que le necesitaban.
Moverse entre las altas figuras negras fue terrorífico: los rostros sin ojos ocultos bajo las capuchas se giraron cuando pasó, y estaba seguro que le habían sentido, sentido, tal vez, una presencia humana que todavía tenía alguna esperanza, alguna capacidad de recuperación…
Y entonces, abrupta y asombrosamente entre el silencio congelado, una de las puertas de las mazmorras de la izquierda se abrió de golpe, y resonaron gritos en su interior.
—No, no, tengo sangre mezclada. ¡Os digo que tengo sangre mezclada! Mi padre era un mago, lo era, comprobadlo, Arkie Alderton, es un conocido diseñador de escobas voladoras, comprobadlo, os digo… quitadme las manos de encima, quitadme las manos…
—Esta es tu última advertencia —dijo la voz suave de Umbridge, mágicamente amplificada de modo que sonaba claramente por encima de los desesperados gritos del hombre—. Si te resistes, serás sometido al beso del dementor.
Los gritos del hombre se apagaron, pero resonaron sollozos secos por el pasillo.
—Sacadlo de aquí —dijo Umbridge.
Dos dementores aparecieron en el umbral de la sala del tribunal, agarrando con sus manos podridas y con costras los antebrazos de un mago que parecía estar desmayándose. Se deslizaron por el pasillo con él, y la oscuridad que los seguía se tragó al hombre de vista.
—Siguiente… Mary Cattermole —llamó Umbridge.
Una mujer pequeña se levantó; estaba temblando de la cabeza a los pies. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño y llevaba una túnica larga y simple. Su cara estaba completamente pálida. Cuando pasó entre los dementores, Harry la vio estremecerse.
Lo hizo instintivamente, sin ningún tipo de plan, porque odiaba verla entrar sola a la mazmorra: cuando la puerta empezó a cerrarse, se deslizó en la sala del tribunal detrás de ella.
No era la misma sala en la que una vez había sido interrogado por uso incorrecto de la magia. Esta era mucho más pequeña, aunque el techo estaba igualmente elevado; provocaba el sentimiento claustrofóbico de estar atrapado en el fondo de un profundo pozo.
En ella había muchos más dementores, propagando su aura helada por todo el lugar; estaban de pie como centinelas sin rostro en las esquinas más alejadas de la alta y elevada plataforma. Allí, detrás de una balaustrada, se sentaba Umbridge, con Yaxley a un lado, y Hermione, con la cara tan pálida como la de la señora Cattermole, al otro. A los pies de la plataforma, un gato de pelo largo y brillante color plateado merodeaba de arriba abajo, de arriba abajo, y Harry se dio cuenta de que estaba allí para proteger a los acusadores de la desesperación que emanaba de los dementores: esto era para que lo sufriera el acusado, no los acusadores.
—Siéntese —dijo Umbridge, con su voz suave y sedosa.
La señora Cattermole fue tropezando hasta una silla solitaria en el medio del suelo delante de la plataforma. En el momento en que se sentó, unas cadenas se cerraron en los apoyabrazos de la silla y la inmovilizaron a ella.
—¿Es usted Mary Elizabeth Cattermole? —preguntó Umbridge.
La señora Cattermole dio un simple y tembloroso asentimiento con la cabeza.
—¿Casada con Reginald Cattermole del Departamento de Mantenimiento Mágico?
La señora Cattermole se echó a llorar.
—No sé donde está, ¡se suponía que se iba a encontrar conmigo aquí!
Umbridge la ignoró.
—¿Madre de Maisie, Ellie, y Alfred Cattermole?
La señora Cattermole sollozó todavía con más fuerza.
—Están asustados, creen que tal vez no vuelva a casa…
—Ahórrenos eso —le espetó Yaxley—. Los mocosos de los sangre sucia no despiertan nuestra compasión.
Los sollozos de la señora Cattermole ocultaron los pasos de Harry cuando se fue acercando con cautela hacia los escalones que llevaban a la elevada plataforma. En el momento en que pasó junto al lugar donde el patronus de gato se movía, sintió el cambio de la temperatura: ahí todo era cálido y confortable. El patronus, estaba seguro, era de Umbridge, y brillaba con tanta intensidad por lo contenta que estaba ella de estar allí, en su elemento, aplicando las retorcidas leyes que había ayudado a redactar. Despacio y con mucha cautela fue bordeando la plataforma por detrás de Umbridge, Yaxley, y Hermione, sentándose detrás de esta. Estaba preocupado por si hacía saltar a Hermione. Pensó en lanzar el encantamiento Muffliato sobre Umbridge y Yaxley, pero hasta murmurar la palabra podría alarmar a Hermione. Entonces Umbridge elevó la voz para dirigirse a la señora Cattermole, y Harry aprovechó su oportunidad.
—Estoy detrás de ti —le murmuró a Hermione al oído.
Como había esperado, ella saltó con tanta violencia que casi derramó el bote de tinta con el que se suponía que tenía que registrar la entrevista, pero Umbridge y Yaxley estaban concentrados en la señora Cattermole, por lo que no lo advirtieron.
—Le fue confiscada una varita a su llegada al Ministerio hoy, señora Cattermole —estaba diciendo Umbridge—. Veintidós centímetros, madera de cerezo, núcleo de pelo de unicornio. ¿Reconoce esa descripción?
La señora Cattermole asintió, limpiándose los ojos con la manga.
—¿Podría decirnos por favor de qué mago o bruja tomó esa varita?
—¿T-tomar? —sollozó la señora Cattermole—. No se la q-quité a nadie. La c-compré cuando tenía once años. Me… me… me… eligió.
Lloró todavía con más fuerza que antes.
Umbridge dejó escapar una risa suave e infantil que hizo que Harry deseara atacarla. Se inclinó hacia delante sobre la barrera, para observar mejor a su víctima, y algo dorado también se inclinó y se balanceó en el vacío: el guardapelo.
Hermione lo había visto; dejó escapar un pequeño chillido, pero Umbridge y Yaxley, todavía concentrados en su presa, estaban sordos a todo lo demás.
—No —dijo Umbridge—, no, creo que no, señora Cattermole. Las varitas sólo escogen a magos o brujas. Usted no es una bruja. Aquí tengo las respuestas al cuestionario que le fue enviado… Mafalda, pásamelas.
Umbridge estiró una pequeña mano: en ese momento se parecía tanto a un sapo, que Harry se sorprendió bastante de no ver membranas entre los rechonchos dedos. Las manos de Hermione temblaban por la conmoción. Rebuscó en una pila de documentos colocados en la silla que tenía a su lado, finalmente sacando un fajo de pergaminos con el nombre de la señora Cattermole.
—Eso es… eso es bonito, Dolores —dijo, señalando al colgante que brillaba sobre los fruncidos pliegues de la blusa de Umbridge.
—¿Qué? —replicó Umbridge, bajando la vista—. Oh, sí… una vieja reliquia familiar. —dijo, dándole golpecitos al guardapelo que descansaba sobre su amplio pecho—. La S es de Selwyn… estoy emparentada con los Selwyn… De hecho, hay pocas familias de sangre pura con las que no estoy emparentada… una pena —continuó en voz más alta, pasando sobre el cuestionario de la señora Cattermole—, que no se pueda decir lo mismo de usted. Profesión de los padres: verduleros.
Yaxley se rió con mofa. Abajo, el peludo gato plateado patrullaba de arriba abajo, y los dementores seguían esperando en las esquinas.
Fue la mentira de Umbridge la que hizo que a Harry se le subiese la sangre al cerebro y olvidase su sentido de la precaución… que el guardapelo que había tomado como soborno de un insignificante criminal fuera usado para reforzar sus credenciales de pura sangre. Levantó la varita, sin ni siquiera preocuparse de mantenerla oculta bajo la capa de Invisibilidad y dijo:
—¡Desmaius!
Hubo un destello de luz roja; Umbridge se derrumbó y su frente golpeó el borde de la balaustrada; los papeles de la señora Cattermole se deslizaron de su regazo hasta el suelo, y por debajo, el gato plateado que merodeaba se desvaneció. Un aire helado los golpeó como un viento en dirección contraria. Yaxley, confuso, miró alrededor buscando la fuente del problema y vio la mano sin cuerpo de Harry y la varita apuntándolo. Intentó sacar su propia varita, pero fue demasiado tarde.
—¡Desmaius!
Yaxley se deslizó hasta el suelo para yacer enroscado.
—¡Harry!
—Hermione, si crees que me iba a quedar ahí sentado y dejar que ella fingiese…
—¡Harry, la señora Cattermole!
Harry se dio la vuelta, quitándose la Capa de Invisibilidad. Abajo, los dementores se habían movido de las esquinas; se estaban deslizando hacia la mujer encadenada en la silla. Ya fuese porque el patronus se había desvanecido o porque sentían que sus amos ya no tenían el control, parecían haber abandonado la contención.
La señora Cattermole dejó escapar un terrible grito de miedo cuando una mano viscosa y con costras le agarró el mentón y le inclinó la cabeza hacia atrás.
—¡EXPECTO PATRONUM!
El ciervo plateado salió disparado de la punta de la varita de Harry y saltó hacia los dementores, que retrocedieron y se fundieron de nuevo en las sombras. La luz del ciervo, más poderosa y cálida que la protección del gato, llenó la mazmorra por completo mientras cabalgaba a medio galope por la habitación.
—Coge el horrocrux —le dijo Harry a Hermione.
Bajó de nuevo por los escalones, guardando la Capa de Invisibilidad en su mochila, y se acercó a la señora Cattermole.
—¿Tú? —susurró ella, mirando su cara—. ¡Pero… pero Reg dijo que eras el que había presentado mi nombre para los interrogatorios!
—¿Lo hice? —farfulló Harry, tirando de las cadenas que le inmovilizaban los brazos—. Bueno, he cambiado de idea. ¡Diffindo! —no pasó nada—. Hermione, ¿cómo me deshago de estas cadenas?
—Espera, estoy intentando algo aquí arriba…
—Hermione, ¡estamos rodeados de dementores!
—Lo sé Harry, pero si se despierta y no tiene el medallón… necesito duplicarlo… ¡Geminio! Así… esto debería engañarla…
Hermione bajó corriendo las escaleras.
—Veamos… ¡Relashio!
Las cadenas hicieron un ruido metálico y retrocedieron en los apoyabrazos de la silla. La señora Cattermole parecía tan asustada como antes.
—No entiendo —susurró.
—Va a salir de aquí con nosotros —dijo Harry, poniéndola de pie—. Vaya a casa, coja a sus hijos y allá, salga del país si es necesario. Disfrácense y escapen. Ha visto como es, aquí no conseguirá un proceso justo.
—Harry —dijo Hermione—, ¿cómo vamos a salir de aquí con todos esos dementores fuera de la puerta?
—Patronus —dijo Harry, señalando con la varita al suyo: el ciervo redujo la velocidad y dispuso a caminar hacia la puerta, todavía brillando intensamente—. Tantos como podamos conseguir; haz el tuyo, Hermione.
—Expec… Expecto patronum —dijo Hermione. No pasó nada.
—Es el único hechizo con el que tiene problemas —le contó Harry a una señora Cattermole completamente perpleja—. Un poco desafortunado, la verdad… Vamos, Hermione…
—¡Expecto patronum!
Una nutria plateada salió disparada de la punta de la varita de Hermione y nadó con elegancia por el aire para unirse al ciervo.
—Vamos —dijo Harry, y guió a Hermione y la señora Cattermole hacia la puerta.
Cuando los patronus se deslizaron fuera de la mazmorra hubo gritos de asombro de la gente que esperaba fuera. Harry miró alrededor: los dementores estaban retrocediendo a ambos lados, fundiéndose con la oscuridad, dispersándose ante las criaturas plateadas.
—Se ha decidido que todos ustedes deben irse a casa y esconderse con sus familias. —comentó Harry a los nacidos muggles que esperaban, que estaban aturdidos por la luz de los patronus y todavía se encogían ligeramente de miedo.
—Salgan del país si pueden. Simplemente aléjense todo lo posible del Ministerio. Esa es la… eh… nueva postura oficial. Ahora, si siguen a los patronus, podrán marcharse desde el Atrio.
Consiguieron subir por las escaleras de piedra sin ser interceptados, pero cuando se acercaban a los ascensores Harry empezó a tener dudas. Si aparecían en el Atrio con un ciervo plateado, con una nutria flotando a su lado, y unas veinte personas, la mitad acusadas de ser nacidos muggles, no pudo evitar pensar que atraerían una atención indeseada. Justo acababa de llegar a esa conclusión inoportuna cuando el ascensor se detuvó con un ruido metálico delante de ellos.
—¡Reg! —gritó la señora Cattermole, y se lanzó a los brazos de Ron—. Runcorn me liberó, atacó a Umbridge y Yaxley, y nos ha dicho a todos que abandonemos el país. Creo que será mejor que lo hagamos Reg, de verdad. Vamos a casa y cojamos a los niños y… ¿por qué estás tan mojado?
—Agua —dijo Ron, liberándose del abrazo—. Harry, saben que hay intrusos dentro del Ministerio, algo acerca de un agujero en la puerta de la oficina de Umbridge. Calculo que tenemos cinco minutos o así…
El patronus de Hermione se desvaneció con un estallido mientras le dirigía una mirada horrorizada a Harry.
—¡Harry, si nos atrapan aquí…!
—No lo harán si nos movemos rápido —dijo Harry. Se dirigió al grupo silencioso que estaba tras ellos, y que le estaban mirando con la boca abierta—. ¿Quién tiene varita?
Alrededor de la mitad levantaron la mano.
—Muy bien, todos los que no tengan varita tienen que pegarse a alguien que sí tenga. Tenemos ser rápidos para que no nos puedan detener. Adelante.
Pudieron de meterse apretados en dos ascensores. El patronus de Harry se quedó como centinela ante de las puertas doradas hasta que estas se cerraron y los ascensores comenzaron a elevarse.
—Planta ocho —dijo la voz mecánica de la bruja—. El Atrio.
Harry supo al momento que tenían problemas. El Atrio estaba lleno de gente que se movía de chimenea en chimenea, sellándolas.
—¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Qué vamos a…?
—¡ALTO! —dijo Harry con voz de trueno, y la poderosa voz de Runcorn resonó por el Atrio. Los magos que sellaban las chimeneas se quedaron paralizados—. Seguidme —susurró al grupo de aterrorizados magos nacidos muggles, que avanzaron en grupo, guiados por Ron y Hermione.
—¿Qué pasa, Albert? —dijo el mismo mago que se estaba quedando calvo que antes había seguido a Harry desde la chimenea. Parecía nervioso.
—Este grupo tiene que salir antes de que selléis las salidas —dijo Harry con toda la autoridad que fue capaz de reunir.
El grupo de magos que tenía delante empezó a mirarse entre sí.
—Nos han dicho que sellemos todas las salidas y no dejemos que nadie…
—¿Me estás contradiciendo? —soltó Harry—. ¿Quieres que haga que examinen tu árbol genealógico como hice con el de Dirk Cresswell?
—¡Lo siento! —dijo el mago casi calvo, retrocediendo—. No quise decir nada, Albert, pero pensé… pensé que los habían llevado para el interrogatorio…
—Su sangre es pura —dijo Harry, y su profunda voz resonó de forma impresionante por el vestíbulo—. Más pura que la de muchos de vosotros, debo decir. Salid todos —les dijo con voz resonante a los nacidos muggles, que se apresuraron hacia las chimeneas y empezaron a desvanecerse en parejas. Los magos del Ministerio se echaron hacia atrás, algunos con aspecto confuso, otros asustados y resentidos. Y entonces...
—¡Mary!
La señora Cattermole miró por encima de su hombro. El verdadero Reg Cattermole, que ya no vomitaba pero estaba pálido y lánguido, acaba de salir corriendo de un ascensor.
—¿R-Reg?
Miró de su marido a Ron, que maldijo con fuerza. El mago casi calvo los miró con la boca abierta, su cabeza giraba de forma ridícula de un Reg Cattermole al otro.
—Eh, ¿qué está pasando? ¿Qué es esto?
—¡Sellad la salida! ¡SELLADLA!
Yaxley había salido de repente de otro ascensor y estaba corriendo hacia el grupo que se encontraba ante las chimeneas, por las que todos los nacidos muggles salvo la señora Cattermole se habían desvanecido. Cuando el mago casi calvo levantó su varita, Harry levantó un enorme puño y le golpeó, enviándolo volando por el aire.
—¡Estaba ayudando a escapar a nacidos muggles, Yaxley! —gritó Harry.
Los compañeros del mago calvo iniciaron un tumulto, que aprovechó Ron para agarrar a la señora Cattermole, empujándola a la chimenea todavía abierta, y desapareciendo. Confuso, Yaxley miró de Harry al golpeado mago, mientras el verdadero Reg Cattermole gritaba:
—¡Mi mujer! ¿Quién era ese que estaba con mi mujer? ¿Qué está pasando?
Harry vio girar la cabeza de Yaxley, vio que un indicio de verdad aparecía en esa cara brutal.
—¡Vamos! —gritó Harry a Hermione; la cogió de la mano y juntos saltaron a la chimenea mientras la maldición de Yaxley pasaba por encima de la cabeza de Harry. Giraron durante unos segundos antes de salir en un inodoro y pasar al cubículo del retrete. Harry abrió la puerta. Ron estaba parado delante de los lavabos, todavía luchando con la señora Cattermole.
—Reg, no entiendo…
—¡Suélteme, no soy su marido, tiene que irse a casa!
Se produjo un ruido en el retrete que tenían detrás; Harry miró alrededor; Yaxley acababa de aparecer.
—¡VÁMONOS! —gritó Harry. Agarró a Hermione de la mano y a Ron del brazo y giró en el lugar.
La oscuridad los tragó, junto con la sensación de manos que le comprimían, pero algo iba mal… la mano de Hermione parecía resbalar de su agarre…
Se preguntó si se iba a asfixiar, no podía respirar ni ver, y las únicas cosas sólidas en el mundo eran el brazo de Ron y los dedos de Hermione, que se estaban escurriendo lentamente…
Y entonces vio la puerta del número doce de Grimmauld Place, con el llamador en forma de serpiente, pero antes de poder tomar aliento, hubo un grito y un destello de luz púrpura; la mano de Hermione lo agarró de repente como unas tenazas y de nuevo todo se volvió oscuro.

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