8.2.08

CAPITULO 20

Capítulo 20
Xenophilius Lovegood
Harry no había esperado que la cólera de Hermione se apaciguase durante la noche, por lo que no le sorprendió que a la mañana siguiente se comunicase principalmente con miradas desagradables y silencios mordaces. Ron respondió manteniendo un comportamiento sombrío poco natural en su presencia, como un signo externo de continuo arrepentimiento. De hecho, cuando los tres estaban juntos, Harry se sentía como el único no afligido en un funeral al que habían acudido pocas personas. Sin embargo, durante los pocos momentos que Ron pasaba a solas con Harry (recogiendo agua y buscando champiñones en la maleza), Ron se volvía descaradamente alegre.
—Alguien nos ayudó —decía todo el rato—. Alguien envió a esa cierva. Alguien está de nuestro lado. ¡Un Horrocrux menos, tío!
Alentados por la destrucción del guardapelo, se pusieron a debatir sobre las posibles localizaciones de los otros Horrocruxes, y aunque habían discutido el asunto antes con tanta frecuencia, Harry se sentía optimista, seguro de que más descubrimientos importantes seguirían al primero. El enfado de Hermione no podía estropear su humor optimista: el repentino aumento de su suerte, la aparición de la misteriosa cierva, la recuperación de la espada de Gryffindor, y por encima de todo, la vuelta de Ron, hacía a Harry tan feliz que era bastante difícil mantener una expresión seria.
Al final de la tarde, él y Ron escaparon de nuevo de la presencia ceñuda de Hermione, y con el pretexto de registrar los setos vacíos en busca de zarzamoras inexistentes, retomaron el intercambio de noticias. Harry finalmente había conseguido contarle a Ron la historia completa de los distintos sucesos que habían vivido él y Hermione, hasta todo lo sucedido en el Valle de Godric. Ron ahora estaba informando a Harry de todo lo que había descubierto sobre el amplio mundo mágico durante esas semanas que había estado fuera.
—… y cómo descubristeis lo del Tabú? —le preguntó a Harry después de explicar los muchos intentos desesperados que hacían los hijos de muggles para evitar al Ministerio.
—¿El qué?
—¡Tú y Hermione habéis parado de decir el nombre de Quien-tú-sabes!
—Oh, sí. Bueno, es simplemente un mal hábito en el que hemos caído —dijo Harry—. Pero no tengo problema en llamarle V…
—¡NO! —bramó Ron, causando que Harry saltase al seto y que Hermione (con la nariz enterrada en un libro en la entrada de la tienda) los mirase con el ceño fruncido—. Perdón —dijo Ron, tirando de Harry para sacarlo de las zarzas—, pero el nombre ha sido maldecido, Harry, ¡así es cómo rastrean a la gente! Usar su nombre rompe encantamientos protectores, causa algún tipo de perturbación mágica… ¡así es como nos encontraron en Tottenham Court Road!
—¿Porque usamos su nombre?
—¡Exacto! Hay que reconocerles el mérito, tiene sentido. Era sólo la gente que se tomaba en serio lo de hacerle frente, como Dumbledore, la que se atrevía a usarlo. Ahora que le han puesto un Tabú, cualquiera que lo diga puede ser rastreado… ¡una manera rápida y fácil de encontrar a miembros de la Orden! Casi pillaron a Kingsley…
—¿En serio?
—Sí, un grupo de mortífagos lo acorralaron, según dijo Bill, pero consiguió escapar. Huyó, justo como nosotros. —Ron se rascó pensativamente la barbilla con la punta de su varita—. ¿No crees que pudo ser Kingsley el que nos mandó esa cierva?
—Su patronus es un lince, lo vimos en la boda, ¿recuerdas?
—Oh, sí…
Se fueron alejando por los setos, lejos de la tienda y de Hermione.
—Harry… ¿no crees que pudo haber sido Dumbledore?
—¿Dumbledore qué?
Ron pareció un poco avergonzado, pero dijo en voz baja: —Dumbledore… la cierva. Quiero decir… —Ron estaba mirando a Harry de reojo—, fue el último en tener la verdadera espada, ¿no?
Harry no se rió de Ron, porque entendía demasiado bien el anhelo bajo la pregunta. La idea de que Dumbledore hubiese conseguido volver a ellos, que los estuviese vigilando, habría sido totalmente reconfortante. Negó con la cabeza.
—Dumbledore está muerto —dijo—. Vi cómo sucedió, vi el cuerpo. Definitivamente se ha ido. De todas formas, su patronus era un fénix, no una cierva.
—Pero los patronus pueden cambiar, ¿verdad? —dijo Ron—. El de Tonks lo hizo, ¿no?
—Sí, pero si Dumbledore estuviese vivo, ¿no se mostraría? ¿Por qué no nos daría directamente la espada?
—A mí que me registren —dijo Ron—. ¿La misma razón por la que no te la dio mientras estaba vivo? ¿La misma razón por la que te dejó una vieja snitch y a Hermione un libro con cuentos de niños?
—¿Y cual es? —preguntó Harry, girándose para mirar a Ron a la cara, desesperado por la respuesta.
—No lo sé —dijo Ron—. Algunas veces pensé, cuando estaba un poco frustrado, que simplemente se estaba riendo o… o que sólo quería hacerlo más difícil. Pero no creo eso, ya no. Sabía lo que estaba haciendo cuando me dio el Desiluminador, ¿no? Él… bueno —las orejas de Ron se pusieron de color rojo brillante, y se quedó absorto con un terrón de césped a sus pies—, debió haber sabido que yo saldría corriendo.
—No —lo corrigió Harry—. Debió haber sabido que siempre querrías volver.
Ron lo miró agradecido, pero todavía incómodo. En parte para cambiar de tema, Harry dijo: —Hablando de Dumbledore, ¿escuchaste lo que escribió Skeeter sobre él?
—Oh, sí —dijo Ron enseguida—, la gente está hablando bastante sobre ello. Por supuesto, si las cosas fuesen diferentes, serían noticias enormes, que Dumbledore fuera amigo de Grindelwald, pero ahora es sólo algo de lo que reírse para la gente a la que no le gustaba Dumbledore, y una pequeña bofetada en la cara para todos los que pensaban que era un tipo estupendo. Aunque no veo que sea tan importante. Era realmente joven cuando ellos…
—De nuestra edad —dijo Harry, justo como le había replicado a Hermione, y algo en su expresión pareció hacer decidir a Ron no seguir con el tema. Una gran araña estaba sentada en el medio de una telaraña congelada en las zarzas. Harry la apuntó con la varita que le había dado Ron la noche anterior, la que Hermione se había dignado a examinar, y que había decidido estaba hecha de endrino.
—Engorgio.
La araña tembló un poco, saltando ligeramente en la tela. Harry lo intentó de nuevo. Esta vez la araña aumentó un poco de tamaño.
—Para de hacer eso —dijo Ron con dureza—. Siento haber dicho que Dumbledore era joven, ¿vale?
Harry había olvidado el odio que sentía Ron hacia las arañas.
—Perdón… Reducio.
La araña no se encogió. Harry bajó la mirada hacia la varita de endrino. Cada hechizo menor que había realizado hasta entonces ese día, había parecido menos poderoso que los producidos con su varita de fénix. La nueva le parecía como una intrusa, poco familiar, como tener la mano de otra persona cosida al final del brazo.
—Sólo necesitas practicar —dijo Hermione, que se les había acercado en silencio por detrás y había observado ansiosa mientras Harry intentaba aumentar y reducir la araña—. Es todo cuestión de confianza, Harry.
Él supo porqué quería que estuviese bien: todavía se sentía culpable por romperle la varita. Se tragó la réplica que brotó a sus labios, que podía quedarse con la varita de endrino si pensaba que no había diferencia, y él en cambio cogería la suya. Sin embargo, deseando que todos volviesen a ser amigos, estuvo de acuerdo; pero cuando Ron miró a Hermione con una sonrisa indecisa, ella se marchó airada y desapareció una vez más detrás del libro.
Los tres volvieron a la tienda cuando llegó la oscuridad, y Harry se encargó de la primera guardia. Sentado en la entrada, intentó hacer que la varita de endrino levitase pequeñas rocas a sus pies; pero su magia todavía parecía más torpe y menos poderosa que la que había hecho antes. Hermione estaba tumbada en su litera leyendo, mientras que Ron, después de dirigirle muchas miradas nerviosas, había sacado una pequeña radio de madera de su mochila y estaba empezando a intentar sintonizarla.
—Hay un programa —le dijo a Harry en voz baja—, que cuenta las noticias como realmente son. Todos los demás están del lado de Quien-tú-sabes y están siguiendo la línea del Ministerio, pero este… espera a escucharlo, es genial. Salvo que no pueden hacerlo todas las noches, tienen que cambiar continuamente de localización por si les hacen redadas, y se necesita una contraseña para sintonizarla… El problema es que me perdí la última.
Tamborileó ligeramente con la varita en la parte de arriba de la radio, farfullando palabras aleatorias en voz baja. Le lanzó a Hermione muchas miradas disimuladas, claramente temiendo un arrebato de ira, pero por toda la atención que le prestó, bien podría Ron no haber estado allí. Durante unos diez minutos Ron dio golpecitos y farfulló, Hermione pasó las hojas de su libro, y Harry continuó practicando con la varita de endrino.
Finalmente Hermione bajó de su litera. Ron paró de dar golpecitos al instante.
—¡Si te está molestando, paro! —le dijo a Hermione con nerviosismo.
Hermione no se dignó a responder, sino que se acercó a Harry.
—Tenemos que hablar —dijo.
Él miró al libro que todavía agarraba en la mano. Era La Vida y Mentiras de Albus Dumbledore.
—¿Qué? —dijo con aprensión. Pasó por su mente que ahí había un capítulo sobre él; no estaba seguro de cómo se sentiría al escuchar la versión de Rita de su relación con Dumbledore. Sin embargo, la respuesta de Hermione fue completamente inesperada.
—Quiero que vayamos a ver a Xenophilius Lovegood.
Él se la quedó mirando fijamente.
—¿Cómo dices?
—Xenophilius Lovegood, el padre de Luna. ¡Quiero ir y hablar con él!
—Eh… ¿por qué?
Ella respiró profundamente, como si se estuviera preparando, y dijo: —Es esa marca, la marca en Beedle el Bardo. ¡Mira esto!
Puso La Vida y Mentiras de Albus Dumbledore bajo los ojos poco dispuestos de Harry y éste vio una fotografía de la carta original que Dumbledore le había escrito a Grindelwald, con la conocida escritura fina e inclinada. Odiaba ver una prueba absoluta de que realmente Dumbledore había escrito esas palabras, que no habían sido invención de Rita.
—La firma —dijo Hermione—. ¡Mira la firma, Harry!
Él obedeció. Por un momento no supo de qué le estaba hablando, pero, examinándola más de cerca con la ayuda de su varita encendida, vio que Dumbledore había reemplazado la A de Albus con la pequeña versión de la misma marca triangular inscrita sobre Los Cuentos de Beedle el Bardo.
—¿Eh… qué estáis…? —dijo Ron con vacilación, pero Hermione lo aplastó con una mirada y se giró de vuelta hacia Harry.
—Continúa apareciendo, ¿verdad? —dijo ella—. Sé que Viktor dijo que era la marca de Grindelwald, pero definitivamente estaba en esa vieja tumba del valle de Godric, ¡y las fechas de la lápida eran de mucho antes de que apareciera Grindelwald! Bueno, no podemos preguntarle a Dumbledore o Grindelwald lo que significa la marca —ni siquiera sé si Grindelwald todavía está vivo—, pero le podemos preguntar al señor Lovegood. Llevaba puesto el símbolo en la boda. ¡Estoy segura de que esto es importante, Harry!
Harry no respondió inmediatamente. Miró su cara intensa y ansiosa, y después desvió la vista hacia fuera, hacia la oscuridad que los rodeaba, pensando. Tras una larga pausa, dijo: —Hermione, no necesitamos otro valle de Godric. Nos convencimos de ir allí…
—¡Pero continúa apareciendo, Harry! Dumbledore me dejó Los Cuentos de Beedle el Bardo, ¿cómo sabes que no se supone que tenemos que averiguar cosas sobre el signo?
—¡Aquí vamos otra vez! —Harry se sintió ligeramente exasperado—. Seguimos intentando convencernos de que Dumbledore nos dejó señales secretas y pistas…
—El Desiluminador resultó ser muy útil —dijo Ron elevando la voz—. Creo que Hermione tiene razón, deberíamos ir y ver a Lovegood.
Harry le lanzó una mirada sombría. Estaba bastante seguro de que el apoyo de Ron hacia Hermione tenía poco que ver con el deseo de conocer el significado de la runa triangular.
—No será el valle de Godric —añadió Ron—. Lovegood está de nuestro lado, Harry. El Quisquilloso ha estado a tu favor todo este tiempo, ¡continúa diciendo a todo el mundo que tienen que ayudarte!
—¡Estoy segura de que esto es importante! —dijo Hermione con seriedad.
—¿Pero no creéis que si lo fuera, Dumbledore me lo habría dicho antes de morir?
—Tal vez… tal vez es algo que tienes que averiguar por ti mismo —dijo Hermione, como si se estuviera agarrando a un clavo ardiendo.
—Sí —dijo Ron, con actitud servil—, eso tiene sentido.
—No, no lo tiene —le espetó Hermione—, pero aún así creo que deberíamos hablar con el señor Lovegood. ¿Un símbolo que une a Dumbledore, Grindelwald y el valle de Godric? ¡Harry, estoy segura de que deberíamos saber sobre esto!
—Creo que deberíamos votar —dijo Ron—. Aquellos a favor de ir a ver a Lovegood…
Su mano se levantó disparada antes que la de Hermione. Los labios de ella temblaron sospechosamente mientras levantaba la suya.
—Sobrepasado en votos, Harry, lo siento —dijo Ron, golpeándolo en la espalda.
—Bien —dijo Harry, medio divertido, medio irritado—. Sólo que, una vez que hayamos visitado a Lovegood, intentaremos buscar más Horrocruxes, ¿vale? De todas formas, ¿dónde viven los Lovegood? ¿Alguno de vosotros lo sabe?
—Sí, no están muy lejos de mi casa —dijo Ron—. No sé exactamente donde, pero mamá y papá siempre señalan hacia las colinas cuando los mencionan. No debe ser muy difícil de encontrar.
Cuando Hermione había vuelto a su litera, Harry bajó la voz.
—Sólo estuviste de acuerdo para intentar volver a estar bien con ella.
—Todo vale en el amor y en la guerra —dijo Ron alegremente—, y es un poco de ambos. ¡Anímate, son las vacaciones de navidad, Luna estará en casa!
Tenían una excelente vista del pueblo de Ottery St. Catchpole desde la ladera ventosa hacia la que se desaparecieron la mañana siguiente. Desde su ventajosa posición elevada, el pueblo parecía una colección de casas de juguete dentro de los grandes rayos de luz inclinados que se extendían desde los espacios entre las nubes hasta la tierra.
Se quedaron parados un minuto o dos mirando a la Madriguera, protegiéndose los ojos del sol con las manos, pero todo lo que fueron capaces de distinguir fueron los altos setos y árboles del huerto, que proporcionaban a la pequeña casa torcida protección a ojos muggles.
—Es raro, estar tan cerca, pero no hacer una visita —dijo Ron.
—Bueno, no es como si no los acabases de ver. Estuviste aquí en Navidad —dijo Hermione fríamente.
—¡No estuve en la Madriguera! —dijo Ron con una risa incrédula—. ¿Crees que iba a volver allí y decirles que salí corriendo? Sí, Fred y George se lo habrían tomado genial. Y Ginny, habría sido realmente comprensiva.
—¿Pero dónde estuviste entonces? —preguntó Hermione sorprendida.
—En la nueva casa de Bill y Fleur. Shell Cottage. Bill siempre ha sido decente conmigo. No… no se quedó impresionado cuando escuchó lo que había hecho, pero no insistió en ello. Sabía que yo realmente lo sentía. Nadie del resto de la familia sabe que estuve allí. Bill le dijo a mamá que él y Fleur no iban a ir a casa por Navidad porque querían estar solos. Ya sabes, las primeras vacaciones después de casarse. No creo que a Fleur le importase. Ya sabes lo mucho que odia a Celestina Warbeck. —Ron le dio la espalda a la Madriguera.
—Probemos por aquí —dijo, liderando el recorrido sobre la cima de la colina.
Caminaron durante unas pocas horas, Harry oculto bajo la capa de Invisibilidad ante la insistencia de Hermione. El grupo de colinas bajas parecía estar deshabitado, salvo por una pequeña casa de campo, que parecía abandonada.
—¿Crees que es de ellos, y que se han marchado durante las Navidades? —dijo Hermione, mirando a través de la ventana a una pequeña cocina ordenada con geranios en el alféizar. Ron resopló.
—Escucha, presiento que serías capaz de saber quién vive ahí si mirases a través de la ventana de los Lovegood. Probemos el siguiente grupo de colinas.
Así que se desaparecieron unos pocos kilómetros más al norte.
—¡Ajá! —gritó Ron, mientras el viento les azotaba el cabello y las ropas. Ron estaba apuntando hacia arriba, hacia la cima de la colina en la que habían aparecido, donde una casa con aspecto de lo más extraño se erguía hacia el cielo, con un gran cilindro negro que tenía una luna fantasmagórica colgando por detrás bajo el cielo de la tarde—. Esa tiene que ser la casa de Luna, ¿quién más viviría en un sitio como ese? ¡Parece un grajo gigante!
—No se parece en nada a un pájaro —dijo Hermione, frunciendo el ceño hacia la torre.
—Estaba hablando de una torre de ajedrez —dijo Ron—. Un castillo para ti.
Las piernas de Ron eran las más largas, por lo que llegó a la cima de la colina en primer lugar. Cuando Harry y Hermione lo alcanzaron, jadeando y con punzadas en los laterales del cuerpo, lo encontraron sonriendo ampliamente.
—Es la suya —dijo Ron—. Mirad.
Tres letreros pintados a mano habían sido clavados a una verja estropeada.
En el primero se leía:
EL QUISQUILLOSO. EDITOR: X. LOVEGOOD
En el segundo:
ESCOGE TU PROPIO MUÉRDAGO
En el tercero:
NO TOCAR LAS CIRUELAS DIRIGIBLES
La verja chirrió cuando la abrieron. El camino zigzagueante que llevaba hasta la puerta principal estaba cubierto de una variedad de plantas extrañas, incluyendo un arbusto cubierto de frutas naranjas parecidas a un rábano que a veces Luna llevaba de pendientes. Harry creyó reconocer un Snargaluff y se mantuvo lejos de la marchitada cepa. Dos ancianos manzanos silvestres, doblados por el viento, vacíos de hojas pero todavía llenos de frutas rojas del tamaño de bayas y coronas de arbustos de muérdago con gotitas blancas, estaban colocados como centinelas a cada lado de la puerta. Una pequeña lechuza con la cabeza ligeramente aplastada y parecida a un halcón, los miraba desde una de las ramas.
—Es mejor que te quites la capa de Invisibilidad, Harry —dijo Hermione—. Es a ti a quien quiere ayudar el señor Lovegood, no a nosotros.
Él siguió la sugerencia, pasándole la capa para que la guardase en el bolso con cuentas. Entonces ella llamó tres veces a la gruesa puerta negra, que estaba incrustada de clavos de hierro y tenía un llamador con forma de águila.
Apenas habían pasado diez segundos cuando la puerta se abrió de golpe y apareció Xenophilius Lovegood, descalzo y llevando lo que parecía ser un camisón manchado. Su largo pelo como de algodón dulce estaba sucio y desarreglado. En comparación, en la boda de Bill y Fleur Xenophilius había estado absolutamente elegante.
—¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Quienes sois? ¿Qué queréis? —chilló con voz chillona y quejumbrosa, mirando primero a Hermione, luego a Ron, y finalmente a Harry. Al mirarlo su boca se abrió en una perfecta y cómica O.
—Hola, señor Lovegood —dijo Harry extendiendo su mano—. Soy Harry, Harry Potter.
Xenophilius no le estrechó la mano a Harry, aunque el ojo que no estaba apuntando hacia su nariz se deslizó directamente a la cicatriz en la frente de Harry.
—¿Estaría bien que pasásemos? —preguntó Harry—. Hay algo que nos gustaría preguntarle.
—No… no estoy seguro de que sea aconsejable —susurró Xenophilius. Tragó y echó un vistazo rápido alrededor del jardín—. Es bastante sorprendente… caramba… yo… me temo que pienso que realmente no debería…
—No llevará mucho —dijo Harry, ligeramente decepcionado por esta bienvenida poco cálida.
—Yo… oh, está bien entonces. Pasad, rápido. ¡Rápido!
Apenas habían cruzado el umbral cuando Xenophilius cerró con fuerza la puerta tras ellos. Se encontraban en una de las cocinas más peculiares que Harry había visto. La habitación era perfectamente circular, por lo que parecía que estaban en un pimentero gigante. Todo estaba curvado para encajar en las paredes —el hornillo, el fregadero, y los armarios— y todos habían sido pintados con flores, insectos y pájaros de brillantes colores primarios. Harry creyó reconocer el estilo de Luna: el efecto, en un espacio tan cerrado, era ligeramente abrumador. En medio del suelo, una escalera de hierro en espiral llevaba a los pisos superiores. De la parte de arriba llegaba un montón de estrépito y estruendo: Harry se preguntó lo que podría estar haciendo Luna.
—Es mejor que subáis —dijo Xenophilius, todavía con aspecto extremadamente incómodo, y encabezó la marcha.
La habitación de arriba parecía ser una mezcla de salón y lugar de trabajo, y siendo eso, estaba todavía más atestada que la cocina. Aunque mucho más pequeña y completamente redonda, de alguna manera la habitación recordaba a la Sala de los Menesteres en la inolvidable ocasión en que se había transformado en un laberinto gigante que contenía objetos escondidos durante siglos. Había pilas sobre pilas de libros y papeles en cada superficie. Delicadas maquetas hechas a mano de criaturas que Harry no reconoció, todas batiendo las alas o cerrando las mandíbulas, colgaban del techo.
Luna no estaba allí: la cosa que estaba armando tanto jaleo era un objeto de madera cubierto de ruedas dentadas que giraban mágicamente. Parecía la extraña prole de un banco de trabajo y una vieja estantería, pero tras un momento, Harry dedujo que era una prensa antigua, por el hecho de que estaba produciendo en masa revistas El Quisquilloso.
—Perdonadme —dijo Xenophilius, y se acercó hasta la máquina, agarró un mantel sucio de debajo de la inmensa cantidad de libros y papeles, que se cayeron al suelo, y lo lanzó sobre la prensa, amortiguando de alguna manera los ruidosos estallidos y estrépitos. Entonces miró a Harry.
—¿Por qué habéis venido aquí?
Sin embargo, antes de que Harry pudiera hablar, Hermione dejó escapar un pequeño grito de conmoción.
—Señor Lovegood… ¿qué es eso?
Estaba señalando a un cuerno gris enorme en espiral, no muy distinto al de un unicornio, que estaba colocado en la pared, sobresaliendo algunos metros en la habitación.
—Es el cuerno de un snorkack de cuerno arrugado —dijo Xenophilius.
—¡No, no lo es! —dijo Hermione.
—Hermione —murmuró Harry, avergonzado—, ahora no es el momento…
—Pero Harry, ¡es un cuerno de erumpent! ¡Es un Material Comerciable de Clase B y es algo extremadamente peligroso para tener en una casa!
—¿Cómo sabes que es un cuerno de erumpent? —preguntó Ron, alejándose del cuerno lo más rápido que pudo, teniendo en cuenta el extremo desorden de la habitación.
—¡Hay una descripción en Animales fantásticos y dónde encontrarlos! Señor Lovegood, tiene que deshacerse de eso en seguida, ¿no sabe que puede explotar ante el menor contacto?
—El snorkack de cuerno arrugado —dijo Xenophilius muy claramente, con expresión testaruda—, es una criatura asustadiza y muy mágica, y su cuerno…
—Señor Lovegood, reconozco las marcas de ranuras alrededor de la base. Es un cuerno de erumpent y es increíblemente peligroso… no sé donde lo consiguió…
—Se lo compré —dijo Xenophilius de forma dogmática—, hace dos semanas, a un encantador joven mago que conocía mi interés en el exquisito snorkack. Una sorpresa navideña para mi Luna. Ahora —dijo, girando hacia Harry—, ¿exactamente por qué ha venido aquí, señor Potter?
—Necesitamos algo de ayuda —dijo Harry, antes de que Hermione pudiera volver a empezar.
—Ah —dijo Xenophilius—. Ayuda. Hmm.
Su ojo bueno se movió de nuevo a la cicatriz de Harry. Pareció simultáneamente aterrorizado y fascinado.
—Sí. La cosa es… ayudar a Harry Potter… bastante peligroso…
—¿No es usted el que le continúa diciendo a todo el mundo que su primer deber es ayudar a Harry? —dijo Ron—. ¿En esa revista suya?
Xenophilius lanzó una mirada a la oculta prensa, todavía haciendo estallidos y estrépitos bajo el mantel.
—Eh… sí, he expresado esa idea. Sin embargo…
—¿Eso es para que todos los demás lo hagan, pero no usted en persona? —dijo Ron.
Xenophilius no respondió. Continuó tragando, con los ojos revoloteando entre los tres. Harry tuvo la impresión de que estaba experimentando una dolorosa lucha interna.
—¿Dónde está Luna? —preguntó Hermione—. Veamos lo que piensa.
Xenophilius tragó de golpe. Pareció estar armándose de valor. Finalmente dijo en una temblorosa voz difícil de oír por el ruido de la prensa: —Luna está abajo en el arroyo, pescando Plimpies de agua dulce. A ella… le gustará veros. Bajaré a llamarla y entonces… sí, muy bien. Intentaré ayudaros.
Desapareció por la escalera en espiral y escucharon la puerta principal abrirse y cerrarse. Se miraron unos a otros.
—Vieja verruga cobarde —dijo Ron—. Luna tiene diez veces más agallas.
—Probablemente está preocupado por lo que pueda pasar si los mortífagos se enteran de que estuve aquí —dijo Harry.
—Bueno, yo estoy de acuerdo con Ron —dijo Hermione—. Horrible viejo hipócrita, diciéndole a todo el mundo que te ayude y ahora intentando escabullirse. Y por el amor de Dios, manteneros alejados de ese cuerno.
Harry cruzó hasta la ventana del otro lado de la habitación. Pudo ver un arroyo, un lazo delgado y reluciente tumbado muy por debajo de ellos en la base de la colina. Estaban a bastante altura; un pájaro pasó revoloteando por la ventana mientras miraba en dirección a la Madriguera, ahora visible más allá de otra línea de colinas. Ginny estaba allí, en alguna parte. Hoy estaban más cerca el uno del otro de lo que habían estado desde la boda de Bill y Fleur, pero Ginny no podía saber que ahora estaba mirando hacia ella, pensando en ella. Suponía que debería alegrarse por eso; cualquiera que entrase en contacto con ellos estaba en peligro. La actitud de Xenophilius lo probaba.
Se apartó de la ventana y su mirada se deslizó sobre otro objeto peculiar situado en un aparador curvado y desordenado: un busto de piedra de una bruja hermosa pero de mirada adusta, que llevaba un tocado en la cabeza de lo más extraño. Dos objetos que parecían trompetillas doradas se curvaban en los extremos. Un pequeño par de relucientes alas azules estaban pegadas a una cinta de cuero que recorría la parte superior de la cabeza, mientras una especie de rábano anaranjado estaba pegado a una segunda cinta alrededor de la frente.
—Mirad esto —dijo Harry.
—Encantador —dijo Ron—. Estoy sorprendido de que no lo llevase a la boda.
Oyeron cerrarse la puerta delantera, y un momento después, Xenophilius subió por la escalera en espiral y entró en la habitación, con sus delgadas piernas ahora en botas de goma, llevando una bandeja con tazas de distintos juegos y una tetera humeante.
—Ah, habéis visto mi invento preferido —dijo, poniendo la bandeja en brazos de Hermione y uniéndose a Harry al lado de la estatua—. Basado, de manera bastante adecuada, en la cabeza de la hermosa Rowena Ravenclaw. ¡«Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres»!
Indicó varios objetos, como las trompetillas.
—Estos son sifones de torposoplo… para eliminar todas las fuentes de distracción del área inmediata del pensador. Allí —señaló a las pequeñas alas—, una hélice de billywig, para provocar un sublime estado de ánimo. Finalmente —apuntó al rábano anaranjado—, la ciruela dirigible, para realzar la habilidad de aceptar lo extraordinario.
Xenophilius se dirigió de vuelta a la bandeja con el té, que Hermione había conseguido equilibrar de forma precaria sobre una de las mesas laterales atestada.
—¿Puedo ofreceros una infusión de gurdirraíz? —dijo Xenophilius—. La fabricamos nosotros. —Cuando empezó a verter la bebida, que era tan morada como el zumo de remolacha, añadió—: Luna está más allá del Puente Inferior, está de lo más entusiasmada por que estéis aquí. No debería tardar demasiado, ha cogido casi todos los Plimpies necesarios para hacer sopa para todos. Sentaros y serviros azúcar.
—Ahora —apartó una pila de papeles en forma de torre de un sillón y se sentó, con las piernas con botas de goma cruzadas—, ¿cómo puedo ayudarte, señor Potter?
—Bueno —dijo Harry, mirando a Hermione, que asintió con ánimo—, es sobre el símbolo que llevaba alrededor del cuello en la boda de Bill y Fleur, señor Lovegood. Nos preguntábamos lo que significaba.
Xenophilius elevó las cejas.
—¿Te estás refiriendo al signo de las Reliquias de la Muerte?

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