8.2.08

CAPITULO 8

Capítulo 8
LA BODA
A las tres de la tarde del día siguiente, Harry, Ron, Fred y George estaban en el exterior de una gran carpa en el jardín, esperando a los invitados a la boda. Harry había tomado una larga dosis de Poción Multijugos y ahora era el doble de un chico muggle pelirrojo del pueblo, Ottery St. Catchpole, del que Fred había robado cabellos utilizando un Encantamiento Convocador. El plan era presentar a Harry como el «primo Barny» y confiar en que la gran cantidad de familiares Weasley le ocultasen.
Los cuatro sujetaban un plan de distribución de asientos, para poder ayudar a la gente a encontrar los sitios correctos. Un grupo de camareros vestidos de blanco había llegado hacía una hora, junto con una banda con chaquetas doradas. En ese momento todos estos magos estaban sentados a corta distancia bajo un árbol; Harry podía ver un rastro azulado de humo de pipa saliendo del lugar.
Detrás de Harry, la entrada a la carpa presentaba filas y filas de frágiles sillas doradas dispuestas a ambos lados de una larga alfombra púrpura. Los soportes de la carpa estaban adornados con flores entrelazadas blancas y doradas. Fred y George habían colocado un enorme montón de globos dorados sobre el punto exacto donde Bill y Fleur serían próximamente marido y mujer. Fuera, mariposas y abejas planeaban perezosas sobre la hierba y el seto. Harry estaba bastante incómodo. El chico muggle por quien se estaba haciendo pasar era ligeramente más gordo que él, y sentía su túnica de gala calurosa y apretada bajo el calor intenso del día veraniego.
—Cuando me case —dijo Fred, tirando del cuello de su propia túnica—, no me preocuparé por todas estas tonterías. Todos podréis llevar lo que queráis, y le haré a mamá una Inmovilización Total hasta que todo termine.
—Considerándolo todo, no estaba tan mal esta mañana —dijo George—. Lloró un poco al ver que Percy no estaría, ¿pero quién le quiere aquí? Oh, vaya, preparaos… aquí vienen, mirad.
Figuras de colores brillantes iban apareciendo, una por una, por todas partes en el extremo más alejado del jardín. En pocos minutos se formó una procesión, que empezó a serpentear por el jardín hacia la carpa. Flores exóticas y pájaros encantados se agitaban en los sombreros de las brujas, mientras gemas preciosas brillaban en las corbatas de muchos magos; el zumbido del excitado parloteo se volvió cada vez más fuerte, ahogando el sonido de las abejas, mientras la multitud se aproximaba a la tienda.
—Excelente, creo que veo a algunas primas veela —dijo George, estirando el cuello para ver mejor—. Necesitarán ayuda para entender nuestras costumbres inglesas, yo me ocuparé de ellas…
—No tan rápido, Su santidad —dijo Fred, y adelantando con rapidez al grupo de brujas de mediana edad que lideraba la procesión, dijo—: Aquí… permettez-moi que assister vous —a un par de guapas francesas, que rieron tontamente y le permitieron que las escoltase al interior. George se quedó para encargarse de las brujas de mediana edad y Ron se ocupó de Perkins, viejo compañero del Ministerio del señor Weasley, mientras que una pareja bastante sorda acabó en el grupo de Harry.
—¿Qué hay? —dijo una voz familiar cuando salió nuevamente de la carpa y se encontró a Tonks y Lupin al frente de la cola. Ella se había puesto rubia para la ocasión—. Arthur nos dijo que eras el del pelo rizado. Siento lo de ayer por la noche —añadió en un susurro mientras Harry los guiaba por el pasillo interior—. En este momento el Ministerio está siendo muy anti-hombres lobo y creímos que nuestra presencia no te vendría demasiado bien.
—Está bien. Lo entiendo —dijo Harry, hablando más para Lupin que para Tonks. Lupin le lanzó una rápida sonrisa, pero cuando se dieron la vuelta, Harry vio de nuevo líneas de sufrimiento en su cara. No lo entendía, pero no tenía tiempo de insistir en el problema. Hagrid estaba causando bastantes líos. Había malinterpretado las instrucciones de Fred, y se había sentado, no en el asiento mágicamente alargado y reforzado colocado para él en la fila de atrás, sino en cinco sitios que ahora parecían una gran pila dorada de palillos.
Mientras el señor Weasley reparaba los daños y Hagrid gritaba pidiendo disculpas a cualquiera que escuchase, Harry se apresuró a la entrada, donde encontró a Ron cara a cara con un mago con aspecto de lo más excéntrico. Con los ojos ligeramente bizcos y cabello blanco por los hombros de textura de algodón dulce, llevaba una capa cuya borla colgaba frente a su nariz y una túnica de un color amarillo yema que hacía llorar los ojos. Un símbolo raro, algo como un ojo triangular, brillaba en una cadena alrededor de su cuello.
—Xenophilius Lovegood —dijo, extendiendo la mano hacia Harry—, mi hija y yo vivimos justo al otro lado de la colina, los buenos Weasleys han sido tan amables de invitarnos. Pero creo que conoces a mi Luna —añadió hacia Ron.
—Sí —dijo Ron—. ¿No está con usted?
—Se quedó un rato en ese pequeño jardín tan encantador para saludar a los gnomos, ¡una plaga tan gloriosa! Qué pocos magos se dan cuenta de cuánto podemos aprender de los pequeños y sabios gnomos… o para darles su nombre correcto, los Gernumbli gardensi.
—Los nuestros saben un montón de excelentes palabrotas —dijo Ron—, pero creo que esas se las enseñaron Fred y George.
Se llevó a un grupo de magos al interior de la carpa justo cuando Luna aparecía.
—¡Hola, Harry! —dijo.
—Eh… mi nombre es Barny —dijo Harry, desconcertado.
—Oh, ¿también te has cambiado eso? —preguntó radiante.
—¿Cómo sabes…?
—Oh, simplemente por tu expresión —dijo.
Como su padre, Luna llevaba una túnica amarilla brillante, que había complementado con un largo girasol en la cabeza. Una vez que uno superaba la brillantez de todo el conjunto, el efecto general era bastante agradable. Por lo menos no tenía rábanos colgando de las orejas.
Xenophilius, que estaba en plena conversación con un conocido, se había perdido el intercambio entre Luna y Harry. Despidiéndose del mago, se giró hacia su hija, que levantó un dedo y dijo:
—Papi, mira… ¡uno de los gnomos realmente me mordió!
—¡Qué maravilloso! La saliva de gnomo es enormemente beneficiosa —dijo el señor Lovegood, agarrando el dedo estirado de Luna y examinando las marcas que sangraban—. Luna, mi amor, si sintieras algún talento floreciente hoy —quizás un inesperado impulso de cantar ópera o declamar en sirenio— ¡no lo reprimas! ¡Puede que hayas sido bendecida con los Gernumblies!
Ron, que pasaba junto a ellos en dirección contraria, dejó escapar un sonoro bufido.
—Ron puede reírse —dijo Luna con serenidad mientras Harry la conducía con Xenophilius hacia sus asientos—, pero mi padre ha investigado mucho acerca de la magia Gernumbli.
—¿De verdad? —dijo Harry, que hacía mucho había decidido no enfrentarse a las particulares ideas de Luna o su padre—. ¿Estás segura que no quieres echarle nada a ese mordisco?
—Oh, está bien —dijo Luna, chupándose el dedo de forma soñadora y mirando a Harry de arriba abajo—. Pareces listo. Le dije a Papi que mucha gente probablemente llevaría túnicas de gala, pero él cree que a una boda se deberían llevar colores de sol, para la suerte, ya sabes.
Cuando se alejó con su padre, Ron apareció con una bruja anciana agarrándole el brazo. Su puntiaguda nariz, ojos bordeados de rojo y sombrero rosa de plumas la hacían parecer un flamenco malhumorado.
—… y tu pelo es demasiado largo, Ronald, por un momento pensé que eras Ginevra. Por las barbas de Merlin, ¿qué lleva puesto Xenophilius Lovegood? Parece una tortilla. ¿Y quién eres tú? —ladró hacia Harry.
—Oh, sí, tía Muriel, este es nuestro primo Barny.
—Otro Weasley. Os reproducís como gnomos. ¿No está Harry Potter aquí? Esperaba conocerlo. Creía que era amigo tuyo, Ronald, ¿o simplemente estabas alardeando?
—No… no podía venir…
—Hmm. Puso una excusa, ¿eh? No es tan corto de entendederas como parece en esas fotografías, entonces. Acabo de instruir a la novia en cómo llevar mi tiara —le gritó a Harry—. La fabricaron los gnomos, sabes, y lleva en mi familia varios siglos. Es una chica guapa, pero aún así… francesa. Bien, bien, encuéntrame un buen sitio, Ronald. Tengo ciento siete años y no debo estar demasiado tiempo de pie.
Ron le lanzó a Harry una mirada significativa al pasar y no reapareció durante bastante rato. Cuando se volvieron a encontrar en la entrada, Harry había llevado a una docena de personas más a sus asientos. La carpa ahora estaba casi llena, y por primera vez no había cola fuera.
—Muriel es una pesadilla —dijo Ron, limpiándose la frente con la manga—. Solía venir cada año por Navidad, entonces, gracias a Dios, se molestó porque Freg y George tiraron una bomba fétida bajo su silla durante la cena. Papá siempre dice que ella los quitará de su testamento… como si les importase, van a acabar más ricos que cualquiera en la familia, a la velocidad que van… Guau —añadió, parpadeando con bastante rapidez al ver a Hermione yendo con prisa hacia ellos—. ¡Estás genial!
—Siempre con tono de sorpresa —dijo Hermione, aunque sonrió. Llevaba una túnica suelta de color lila, con sandalias de tacón alto a juego; su pelo estaba liso y brillante—. Tu tátara tía abuela Muriel no está de acuerdo, acabo de verla en el piso de arriba mientras le daba a Fleur la tiara. Dijo, “Oh cariño, ¿esta es la hija de muggles?” y siguió “mala postura y codos delgaduchos”.
—No te lo tomes como algo personal, es ruda con todo el mundo —dijo Ron.
—¿Habláis de Muriel? —inquirió George, reapareciendo de la carpa con Fred—. Sí, justo me acaba de decir que mis orejas están torcidas. Viejo murciélago. Aunque desearía que el viejo tío Bilius estuviera todavía con nosotros; era una risa segura en las bodas.
—¿No fue el que vio un grim y murió veinticuatro horas después? —preguntó Hermione.
—Bueno sí, se volvió un poco raro al final —concedió George.
—Pero antes de volverse loco era la vida y alma de la fiesta —dijo Fred—. Solía beberse una botella entera de whisky de fuego, después corría a la pista de baile, se levantaba la túnica, y empezaba a sacar ramos de flores de su…
—Sí, parece auténticamente encantador —dijo Hermione, mientras Harry se reía a carcajadas.
—Nunca se casó, por alguna razón —dijo Ron.
—Me asombráis —dijo Hermione.
Se estaban riendo tanto que ninguno notó un invitado que llegó tarde, un joven de cabello negro con una larga y curvada nariz, gruesas cejas negras, hasta que le dio a Ron su invitación y dijo, con sus ojos en Hermione: —Estás «marravillosa».
—¡Viktor! —gritó ella, y dejó caer su pequeño bolso adornado con cuentas, que hizo un sonoro y seco ruido, bastante desproporcionado con su tamaño. Mientras se revolvía, sonrojándose, para recogerlo, dijo—: No sabía que fueses a… Dios… es muy agradable ver… ¿cómo estás?
Las orejas de Ron se habían puesto de nuevo de un rojo brillante. Después de echar un vistazo a la invitación de Krum como si no creyera ni una palabra de ella, dijo, en voz demasiado alta: —¿Cómo es que estás aquí?
—Fleur me invitó —dijo Krum, levantando las cejas.
Harry, que no le guardaba ningún rencor a Krum, le dio la mano; entonces, sintiendo que sería prudente sacar a Krum de las proximidades de Ron, se ofreció a enseñarle su asiento.
—Tu amigo no está muy contento de «verrme» —dijo Krum mientras entraba en la ahora llena carpa—. ¿O es un «familiarr»? —añadió con una mirada al cabello rizado de Harry.
—Primo —farfulló Harry, pero en realidad Krum no estaba escuchando. Su aparición estaba causando alboroto, especialmente entre las primas veela. Después de todo, era un famoso jugador de Quidditch. Mientras la gente seguía estirando el cuello para echarle un buen vistazo, Ron, Hermione, Fred y George llegaron apresuradamente al pasillo.
—Tiempo de sentarse —le dijo Fred a Harry—, o nos va a atropellar la novia.
Harry, Ron y Hermione ocuparon sus asientos en la segunda fila detrás de Fred y George. Hermione estaba bastante sonrojada y las orejas de Ron todavía estaban coloradas. Después de un momento, le murmuró a Harry: —¿Has visto que se ha convertido en un estúpido osito?
Harry dejó escapar un gruñido evasivo.
Una sensación de nerviosa anticipación había llenado la cálida tienda, el murmullo general roto por brotes ocasionales de risas excitadas. El señor y la señora Weasley avanzaron por el pasillo, sonriendo y saludando con las manos a sus familiares; el señor Weasley llevaba un nuevo conjunto de túnica color amatista con un sombrero a juego.
Un momento después Bill y Charlie se encontraban al frente de la carpa, ambos llevando túnicas de gala, con grandes rosas blancas en las solapas; Fred silbó con admiración y hubo un estallido de risitas de las primas veela. Entonces la multitud se quedó en silencio cuando la música empezó a salir de lo que parecían ser los globos dorados.
—Ooooh —dijo Hermione, girándose en su asiento para mirar a la entrada.
Un colectivo y enorme suspiro salió de las brujas y magos reunidos cuando Monsieur Delacour y su hija empezaron a caminar por el pasillo, Fleur deslizándose, Monsieur Delacour dando saltitos y sonriendo radiante. Fleur llevaba una túnica blanca muy simple y parecía estar emitiendo un fuerte brillo plateado. Mientras su resplandor normalmente apagaba a los otros por comparación, hoy embellecía a todos sobre los que caía. Ginny y Gabrielle, ambas con túnicas doradas, parecían incluso más guapas de lo habitual, y una vez que Fleur lo alcanzó, Bill parecía que nunca hubiese conocido a Fenrir Greyback.
—Damas y caballeros —dijo una voz ligeramente cantarina, y con una ligera conmoción, Harry vio al mismo mago bajito y de pelo ralo que había presidido el funeral de Dumbledore, ahora situado enfrente de Bill y Fleur—. Estamos reunidos hoy aquí para celebrar la unión de dos almas fieles…
—Sí, mi tiara hace resaltar todo eso muy bien —dijo la tía Muriel en un susurro que se oyó bastante fuerte—. Pero debo decir, la túnica de Ginevra tiene un corte demasiado bajo.
Ginny miró alrededor, sonriendo de oreja a oreja, guiñándole un ojo a Harry, después rápidamente se volvió al frente de nuevo. La mente de Harry divagó bastante lejos de la carpa, de vuelta a las tardes pasadas con Ginny en algunos sitios solitarios de los terrenos del castillo. Parecía haber sucedido hace tanto; siempre habían parecido demasiado buenas para ser verdad, como si hubiese estado robando horas brillantes de la vida normal de otra persona, una persona sin una cicatriz en forma de rayo en la frente…
—William Arthur Weasley, ¿tomas a Fleur Isabelle…?
En la primera fila, la señora Weasley y Madame Delacour estaban sollozando en silencio en trozos de encaje. Sonidos como de trompeta que sonaron en la parte de atrás de la carpa le dijeron a todos que Hagrid había sacado uno de sus pañuelos del tamaño de un mantel. Hermione se giró y sonrió radiante a Harry; sus ojos también estaban llenos de lágrimas.
—… entonces os declaro unidos de por vida.
El mago de pelo ralo movió su varita por encima de las cabezas de Bill y Fleur y un chorro de estrellas plateadas cayó sobre ellos, moviéndose en espirales alrededor de las ahora entrelazadas figuras. Mientras Fred y George encabezaban un aplauso, los globos dorados suspendidos estallaron: pájaros del paraíso y pequeñas campanas doradas volaron y flotaron sobre ellos, añadiendo sus canciones y gorjeos al estruendo.
—¡Damas y caballeros! —llamó el mago de pelo raro—. ¡Si hacen el favor de levantarse!
Todos lo hicieron, la tía Muriel refunfuñando de manera audible; el mago agitó nuevamente la varita. Los asientos en los que se habían sentado se elevaron graciosamente en el aire al tiempo que los lienzos de las paredes de la carpa se desvanecían, de modo que se quedaron bajo un dosel soportado por postes dorados, con una gloriosa vista del jardín iluminado por el sol y la campiña circundante. Después, una piscina de oro fundido se extendió desde el centro de la tienda para formar una brillante pista de baile; las sillas suspendidas se agruparon alrededor de pequeñas mesas con manteles blancos, y todas flotaron grácilmente de nuevo a la tierra, y la banda con chaquetas doradas se dirigió hacia un podio.
—Perfecto —dijo Ron con aprobación cuando los camareros aparecieron por todos lados, algunos llevando bandejas con zumo de calabaza, cerveza de mantequilla y whisky de fuego, otros tambaleándose con pilas de tartas y sándwiches.
—Deberíamos ir y felicitarlos —dijo Hermione, poniéndose de puntillas para ver el lugar donde Bill y Fleur habían desaparecido en medio de una multitud que les deseaba lo mejor.
—Tendremos tiempo después —Ron se encogió de hombros, agarrando tres cervezas de mantequilla de una bandeja que pasaba y dándole una a Harry—. Hermione, agárrate, cojamos una mesa… ¡No allí! En ningún sitio cerca de Muriel…
Ron encabezó el recorrido a través de la vacía pista de baile, mirando a derecha e izquierda al avanzar; Harry estaba seguro que estaba pendiente de Krum. En el momento que alcanzaron el otro lado de la carpa, la mayoría de las mesas estaban ocupadas: la más vacía era en la que Luna se sentaba sola.
—¿Está bien si nos unimos a ti? —preguntó Ron.
—Oh, sí —dijo ella con felicidad—. Papi fue a darle a Bill y Fleur nuestro regalo.
—Qué es, ¿provisiones para toda la vida de gurdirraíz? —preguntó Ron.
Hermione le dirigió una patada bajo la mesa, pero se equivocó y golpeó a Harry. Con los ojos lagrimeando de dolor, Harry perdió el hilo de la conversación durante unos minutos.
La banda había empezado a tocar; Bill y Fleur fueron los primeros en salir a la pista de baile, causando un gran aplauso; después de un rato, el señor Weasley llevó a Madame Delacour a la pista, seguido de la señora Weasley y el padre de Fleur.
—Me gusta esta canción —dijo Luna, balanceándose al ritmo del vals, y unos pocos segundos después se levantó y se deslizó hacia la pista de baile, donde empezó a girar, sola, con los ojos cerrados y ondeando los brazos.
—¿Es genial, verdad? —dijo Ron con admiración—. Siempre valiente.
Pero la sonrisa se borró de su cara al momento: Viktor Krum se había sentado en el sitio vacío dejado por Luna. Hermione parecía placenteramente nerviosa pero esta vez Krum no había venido a hacerle cumplidos. Con la cara ceñuda, dijo: —¿Quién es ese hombre de «amarrillo»?
—Es Xenophilius Lovegood, el padre de una amiga nuestra —dijo Ron. Su tono beligerante indicaba que no se iban a reír de Xenophilius, a pesar de la obvia provocación—. Ven a bailar —añadió abruptamente hacia Hermione.
Ella pareció sorprendida, pero también complacida, y se levantó. Desaparecieron juntos en la creciente multitud de la pista de baile.
—Ah, ¿«ahorra» están juntos? —preguntó Krum, momentáneamente distraído.
—Eh… algo así —dijo Harry.
—¿Quién «erres» tú? —preguntó Krum.
—Barny Weasley.
Se dieron la mano.
—«Barrny», tú… ¿conoces bien a este Lovegood?
—No, lo conocí hoy. ¿Por qué?
Krum frunció el ceño por encima de su bebida, mirando a Xenophilius, que estaba charlando con varios magos al otro lado de la pista.
—«Porrque» —dijo Krum—, si no es un invitado de Fleur, lo «retarría» a un duelo, aquí y ahora, por llevar ese inmundo símbolo en su pecho.
—¿Símbolo? —preguntó Harry, también mirando hacia Xenophilius. El extraño ojo triangular brillaba en su pecho—. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?
—Grindelwald. Es el símbolo de Grindelwald.
—Grindelwald… ¿el mago tenebroso que Dumbledore derrotó?
—Exacto.
Los músculos de la mandíbula de Krum se cerraron como si estuviera masticando chicle, entonces dijo:
—Grindelwald mató a mucha gente, mi abuelo, por ejemplo. Por supuesto, nunca fue «poderroso» en este país, decían que temía a «Dumbledorre»… y con razón, viendo como «terrminó» con él. «Perro» ese… —apuntó con el dedo a Xenophilius— ese es su símbolo, lo reconocí al momento: Grindelwald lo talló en una «parred» de Durmstrang, de donde «erra» estudiante. Algunos idiotas lo «copiarron» en sus «librros» y ropas pensando en «sorrprrender», «hacerrse» «imprresionantes»… hasta que los que habíamos «perrdido» «familiarres» a manos de Grindelwald les dimos una lección.
Krum apretó los nudillos de forma amenazadora y le frunció el ceño a Xenophilius. Harry se sentía perplejo. Parecía increíblemente imposible que el padre de Luna fuese un seguidor de las Artes Oscuras, y nadie más en la carpa parecía haber reconocido la triangular forma con runas.
—¿Estás… eh… bastante seguro de que es de Grindelwald…?
—No estoy equivocado —dijo Krum con frialdad—. Caminé al lado de ese símbolo «durrante» años. Lo conozco bien.
—Bueno, hay la opción —dijo Harry—, de que Xenophilius en realidad no sepa lo que significa el símbolo, los Lovegood son bastante… raros. Fácilmente podría haberlo recogido de algún lado y pensar que era una muestra representativa de un snorkack de cuerno arrugado o algo así.
—¿Una «muestrra» «reprresentativa» de un qué?
—Bueno, no sé lo que son, pero aparentemente él y su hija se van de vacaciones a buscarlos…
Harry sintió que no estaba explicando muy bien a Luna y su padre.
—Esa es ella —dijo, señalando a Luna, que todavía bailaba sola, ondeando las manos alrededor de la cabeza como alguien intentando repeler mosquitos.
—¿Por qué está haciendo eso? —preguntó Krum.
—Probablemente intenta deshacerse de un wrackspurt —dijo Harry, que reconocía los síntomas.
Krum no parecía saber si Harry le estaba o no tomando el pelo. Sacó la varita del interior de su túnica y se dio golpecitos amenazantes en los muslos; unas chispas salieron del extremo.
—¡Gregorovitch! —dijo Harry en voz alta, y Krum se sobresaltó, pero Harry estaba demasiado emocionado para que le importase; el recuerdo le había vuelto al ver la varita de Krum: Ollivander cogiéndola y examinándola cuidadosamente antes del Torneo de los Tres Magos.
—¿Qué pasa con él? —preguntó Krum sospechoso.
—¡Hace varitas!
—Lo sé —dijo Krum.
—¡Hizo tu varita! Por eso pensé… Quidditch…
Krum cada vez lo miraba con más recelo.
—¿Cómo sabes que Gregorovitch hizo mi «varrita»?
—Yo… lo leí en alguna parte, creo —dijo Harry—. En una… una revista de fans —improvisó locamente, y Krum pareció apaciguarse.
—No me había dado cuenta de que alguna vez había hablado de mi «varrita» con fans —dijo.
—Entonces… eh… ¿dónde está Gregorovitch estos días?
Krum lo miró perplejo.
—Se «retirró» hace bastantes años. Fui uno de los últimos en «comprrar» una «varrita» Gregorovitch. Son las «mejorres», aunque sé, por supuesto, que «vosotrros» los «brritánicos» le concedéis mucha «imporrtancia» a Ollivander.
Harry no respondió. Fingió mirar a los que bailaban, como Krum, pero estaba pensando profundamente. Así que Voldemort estaba buscando a un célebre fabricante de varitas. Harry no tuvo que buscar muy lejos una razón. Seguramente era por lo que había hecho la varita de Harry la noche que Voldemort lo había perseguido por los cielos. La varita de acebo y pluma de fénix había conquistado a la varita prestada, algo que Ollivander no había anticipado o entendido. ¿Sabría Gregorovitch más? ¿Realmente era más hábil que Ollivander, sabía secretos de las varitas que Ollivander no conocía?
—Esa chica es muy bonita —dijo Krum, volviendo a Harry al ambiente en el que estaban. Krum estaba señalando a Ginny, que se acababa de unir a Luna—. ¿También es familiar tuya?
—Sí —dijo Harry repentinamente irritado—, y sale con alguien. Del tipo celoso. Un tío grande. No quieras enfrentarte a él.
Krum gruñó.
—¿Cuál —dijo, vaciando su copa y poniéndose nuevamente de pie—, es el punto de ser un jugador de Quidditch «interrnacional» si todas las chicas guapas están cogidas?
Y se marchó dando grandes zancadas dejando a Harry, que cogió un sándwich de un camarero que pasaba y se acercó al borde de la abarrotada pista de baile. Quería encontrar a Ron, contarle sobre Gregorovitch, pero estaba bailando con Hermione en el medio de la pista. Harry se apoyó contra uno de los postes dorados y miró a Ginny, que ahora estaba bailando con Lee Jordan, el amigo de Fred y George, intentando no sentirse resentido con la promesa que le había hecho a Ron.
Nunca antes había ido a una boda, así que no podía juzgar cómo las bodas mágicas se diferenciaban de las muggles, aunque estaba bastante seguro de que estas últimas no tendrían una tarta de bodas coronada con dos modelos de fénix que echaron a volar cuando la tarta se cortó, o botellas de champán que flotaban sin apoyo entre la multitud. Cuando la tarde fue avanzando, y las polillas empezaron a descender bajo el toldo, ahora encendido con lámparas doradas flotantes, la juerga se fue volviendo cada vez más incontrolable. Fred y George habían desaparecido en la oscuridad hacía bastante tiempo, con un par de las primas de Fleur; Charlie, Hagrid y un mago rechoncho con un sombrero de copa baja púrpura estaban cantando «Odo el Héroe» en la esquina.
Serpenteando entre la multitud para escapar de un tío borracho de Ron, que no estaba muy seguro de si Harry era o no su hijo, Harry localizó a un anciano mago sentado sólo en una mesa. Su nube de pelo blanco lo hacía parecer un viejo diente de león y estaba coronada por una capa comida por las polillas. Era vagamente familiar: estrujándose el cerebro, de repente Harry se dio cuenta de que ese era Elphias Doge, miembro de la Orden del Fénix y el escritor de la nota necrológica de Dumbledore.
Harry se acercó a él.
—¿Puedo sentarme?
—Claro, claro —dijo Doge; tenía una voz bastante aguda y sibilante.
Harry se inclinó hacia delante.
—Señor Doge, soy Harry Potter.
En un revoloteo de nervioso placer, Doge le sirvió a Harry una copa de champán.
—Pensé en escribirte —le susurró—, después de que Dumbledore… la conmoción… y para ti, estoy seguro…
Los pequeños ojos de Doge se llenaron de repentinas lágrimas.
—Vi la nota necrológica que escribió para el Diario Profeta —dijo Harry—. No me di cuenta que conocía tan bien al Profesor Dumbledore.
—Tan bien como cualquiera —dijo Doge, secándose los ojos con una servilleta—. Ciertamente lo conocía desde más tiempo, si no cuentas a Aberforth, y de alguna manera, la gente nunca parece contar a Aberforth.
—Hablando del Diario Profeta… no sé si vio, señor Doge…
—Oh, por favor, llámame Elphias, querido muchacho.
—Elphias, no sé si vio la entrevista que Rita Skeeter dio sobre Dumbledore.
La cara de Doge se invadió de un furioso rubor.
—Oh sí, Harry, la vi. Esa mujer, o buitre sería un término más apropiado, verdaderamente me atosigó para que hablase con ella. Me avergüenzo de decir que me puse bastante rudo, la llamé trucha entrometida, lo que dio como resultado, como habrás visto, calumnias sobre mi cordura.
—Bueno, en esa entrevista —continuó Harry—, Rita Skeeter dejó caer que el Profesor Dumbledore había practicado las Artes Oscuras cuando era joven.
—¡No creas una palabra de eso! —dijo Doge al instante—. ¡Ni una palabra, Harry! ¡No dejes que nada estropee tus recuerdos de Dumbledore!
Harry miró la sincera y dolorida cara de Doge, y no se sintió reconfortado, sino frustrado. ¿De verdad Doge creía que era tan fácil, que Harry simplemente escogería no creer? ¿No entendía Doge la necesidad de Harry de estar seguro, de saber todo?
Quizás Doge sospechaba cómo se sentía Harry, porque lo miró preocupado y continuó con rapidez.
—Harry, Rita Skeeter es una terrible…
Pero fue interrumpido por un estridente graznido.
—¿Rita Skeeter? Oh, me encanta, ¡siempre la leo!
Harry y Doge levantaron la mirada para ver a la tía Muriel allí parada, las plumas bailando en su cabeza, una copa de champán en su mano.
—¡Ha escrito un libro sobre Dumbledore, ya sabéis!
—Hola Muriel —dijo Doge—. Sí, justo estábamos hablando…
—¡Tú ahí! Dame tu silla, ¡que tengo ciento siete años!
Otro primo Weasley pelirrojo saltó de su asiento, con cara de alarma, y la tía Muriel giró el asiento con sorprendente fuerza y se sentó entre Doge y Harry.
—Hola otra vez Barry, o como quiera que te llames. —Le dijo a Harry—. Ahora, ¿qué estabas diciendo sobre Rita Skeeter, Elphias? ¿Sabes que escribió una biografía sobre Dumbledore? No puedo esperar para leerla. ¡Debo recordar encargarla en Flourish y Blotts!
Doge pareció rígido y solemne ante esto, pero la tía Muriel vació su copa y chasqueó los huesudos dedos a un camarero que pasaba para que le diese otra. Tomó otro largo trago de champán, eructó y luego dijo: —¡No hay necesidad de parecer un par de ranas disecadas! ¡Antes de llegar a ser tan respetado y respetable y todo eso, hubo algunos rumores muy curiosos sobre Albus!
—Propaganda mal informada —dijo Doge, volviendo a ponerse como un rábano.
—Tú dirías eso, Elphias —carcajeó la tía Muriel—. ¡Me di cuenta de cómo trataste muy por encima las bochornosas manchas en esa nota necrológica tuya!
—Siento que pienses eso —dijo Doge, todavía con más frialdad—. Te aseguro que lo estaba escribiendo desde el corazón.
—Oh, todos sabemos que venerabas a Dumbledore; ¡me atrevería a decir que todavía piensas que era un santo incluso si sale que se deshizo de su hermana squib!
—¡Muriel! —exclamó Doge.
Un escalofrío que no tenía nada que ver con el helado champán se estaba introduciendo en el pecho de Harry.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó a Muriel—. ¿Quién dice que su hermana era una squib? Pensé que estaba enferma.
—¡Pensaste mal, entonces, eh, Barry! —dijo la tía Muriel, pareciendo encantada ante el efecto que había provocado—. De todas formas, ¿cómo puedes esperar saber algo sobre eso? Pasó muchos años antes de que incluso fueses pensado, cariño, y la verdad es que aquellos de nosotros que estábamos vivos entonces nunca supimos lo que pasó en realidad. ¡Por eso no puedo esperar a saber lo que Skeeter ha desenterrado! ¡Dumbledore mantuvo a su hermana tranquila durante demasiado tiempo!
—¡Falso! —siseó Doge—. ¡Totalmente falso!
—Nunca me contó que su hermana fuese una squib —dijo Harry, sin pensar, todavía frío interiormente.
—¿Y por qué te lo habría contado? —chilló Muriel, tambaleándose un poco en su asiento al intentar centrarse en Harry.
—La razón por la que Albus nunca hablaba de Ariana —empezó Elphias con la voz tensa por la emoción—, es, me parece, bastante clara. Estaba tan destrozado por su muerte…
—¿Por qué nadie la vio nunca, Elphias? —graznó Muriel—. ¿Por qué la mitad de nosotros nunca supo que existía, hasta que llevaron el ataúd fuera de la casa y celebraron un funeral por ella? ¿Dónde estaba el santo Albus mientras Ariana estaba encerrada en el sótano? ¡Lejos, siendo brillante en Hogwarts, y sin importarle lo que pasaba en su propia casa!
—¿Qué quiere decir, encerrada en el sótano? —preguntó Harry—. ¿Qué es esto?
Doge parecía desconsolado. La tía Muriel se carcajeó otra vez y respondió a Harry.
—La madre de Dumbledore era una mujer espantosa, simplemente espantosa. De padres muggles, aunque escuché que fingía lo contrario…
—¡Nunca fingió nada por el estilo! Kendra era una buena mujer —susurró Doge tristemente, pero la tía Muriel lo ignoró.
—… orgullosa y muy dominante, el tipo de bruja que estaría mortificada por producir una squib…
—¡Ariana no era una squib! —siseó Doge.
—¡Eso dices, Elphias, pero explica entonces, porqué nunca fue a Hogwarts! —dijo la tía Muriel. Se dio la vuelta hacia Harry—. En nuestros tiempos, a menudo los squibs eran acallados, aunque llegar al extremo de encerrar a una niña pequeña en la casa y fingir que no existía…
—¡Te estoy diciendo que eso no es lo que pasó! —dijo Doge, pero la tía Muriel continuó como una apisonadora, todavía dirigiéndose a Harry.
—A menudo enviaban a los squibs a escuelas muggles y los animaban a integrarse en la comunidad muggle… algo mucho más amable que intentar encontrarles un lugar en el mundo mágico, donde siempre serían de segunda clase, pero naturalmente a Kendra Dumbledore no se le habría pasado por la cabeza dejar ir a su hija a un colegio muggle…
—¡Ariana era delicada! —dijo Doge desesperado—. Su salud siempre fue demasiado pobre para permitirle…
—… permitirle salir de casa? —carcajeó Muriel—. ¡Y aún así nunca la llevaron a San Mungo y tampoco llamaron a ningún sanador para que la viese!
—De verdad, Muriel, ¿cómo puedes saber si…
—Para tu información, Elphias, mi primo Lancelot era sanador en San Mungo en esa época, y le dijo a mi familia en la más estricta confidencia que nunca se había visto a Ariana por allí. ¡Todo muy sospechoso, pensó Lancelot!
Doge parecía estar al borde de las lágrimas. La tía Muriel, que parecía estarse divirtiendo mucho, chasqueó los dedos para pedir más champán. Como paralizado, Harry pensó en cómo los Dursleys una vez lo habían encerrado, mantenido bajo llave, escondido fuera de la vista, todo por el crimen de ser un mago. ¿Había sufrido la hermana de Dumbledore el mismo destino pero invertido: encerrada por la falta de magia? ¿Y realmente Dumbledore la había dejado a su suerte mientras se iba a Hogwarts para mostrarse brillante y con talento?
—Ahora, si Kendra no hubiese muerto primero —continuó Muriel—, habría dicho que fue ella la que mató a Adriana…
—¡Cómo te atreves, Muriel! —gimió Doge—. ¿Que una madre mate a su propia hija? ¡Piensa en lo que estás diciendo!
—Si la madre en cuestión era capaz de encerrar a su hija durante años hasta el final, ¿por qué no? —la tía Muriel se encogió de hombros—. Pero como dije, no concuerda, porque Kendra murió antes que Adriana… de qué, nadie nunca ha estado seguro…
—Sí, Ariana pudo haber hecho un desesperado intento de liberarse y matar a Kendra en el forcejeo —dijo la tía Muriel pensativamente—. Sacude la cabeza todo lo que quieras, Elphias. Estabas en el funeral de Ariana, ¿verdad?
—Sí estaba —dijo Doge, con los labios temblorosos—, y no puedo recordar una situación más desesperadamente triste. Albus tenía el corazón roto…
—Su corazón no fue lo único. ¿No le rompió Aberforth la nariz cuando había transcurrido la mitad de la ceremonia?
Si Doge había parecido horrorizado antes de esto, no era nada comparado con cómo se veía ahora. Muriel bien podría haberle clavado un cuchillo. Ella se carcajeó ruidosamente y tomó otro trago de champán, que le bajó goteando por la barbilla.
—¿Cómo sabes…? —graznó Doge.
—Mi madre era amiga de la vieja Bathilda Bagshot —dijo la tía Muriel con alegría—. Bathilda le describió todo lo que había pasado a mi madre mientras yo escuchaba tras la puerta. Una pelea al lado del ataúd, tal como Bathilda lo contó. Aberforth gritó que era culpa de Albus que Ariana estuviese muerta y entonces lo golpeó en la cara. Según Bathilda, Albus ni siquiera se defendió, y eso ya es bastante raro. albus podría haber destruido a Aberforth en un duelo con las dos manos atadas tras la espalda.
Muriel tragó todavía más champán. Recitar aquellos viejos escándalos parecían haberla llenado de euforia tanto como habían horrorizado a Doge. Harry no sabía qué pensar, qué decir. Quería la verdad, y aún así todo lo que Doge hacía era permanecer sentado y comentar débilmente que Ariana había estado enferma. Harry apenas podía creer que Dumbledore no hubiese intervenido si semejante crueldad hubiera pasado dentro de su propia casa, y aún así indudablemente había algo raro en la historia.
—Y te diré algo más —dijo Muriel, hipando ligeramente al bajar su copa—. Creo que Bathilda le ha contado todo a Rita Skeeter. Todas esas insinuaciones en la entrevista de Skeeter sobre una importante fuente cercana a los Dumbledore… Dios sabe que ella estaba allí durante todo el asunto de Ariana, ¡y encajaría!
—¿Bathilda Bagshot? —dijo Harry—. ¿La autora de Una historia de magia?
El nombre estaba impreso en la portada de uno de los libros de Harry, aunque tenía que admitir, no de uno de los que había leído más atentamente.
—Sí —dijo Doge, agarrándose a la pregunta de Harry como un hombre a punto de morir a su heredero vivo—. Una de las historiadoras mágicas de más talento y una vieja amiga de Albus.
—Chochea bastante estos días, he oído —dijo la tía Muriel alegremente.
—Si es así, es todavía menos honorable por parte de Skeeter haberse aprovechado de ella —dijo Doge—, ¡y no se le puede dar credibilidad a cualquier cosa que Bathilda pueda haber dicho!
—Oh, hay maneras hacer que vuelvan los recuerdos, y estoy segura de que Rita Skeeter las conoce todas. —Dijo la tía Muriel—. Pero incluso si Bathilda está completamente chiflada, estoy segura de que todavía tendrá viejas fotografías, tal vez incluso cartas. Conocía a los Dumbledore desde hacía años… bien merecía un viaje al Valle de Godric, diría yo.
Harry, que estaba tomando un sorbo de cerveza de mantequilla, se atragantó. Doge lo golpeó en la espalda mientras Harry tosía, mirando a la tía Muriel con ojos llorosos. Una vez que retomó el control de su voz, preguntó: —¿Bathilda Bagshot vive en el Valle de Godric?
—¡Oh, sí, siempre ha estado allí! Los Dumbledore se mudaron después de que Percival fuese encerrado, y ella era su vecina.
—¿Los Dumbledore vivían en el Valle de Godric?
—Sí, Barry, eso es lo que acabo de decir —dijo la tía Muriel con irritación.
Harry se sintió drenado, vacío. Ni una vez en seis años, le había contado Dumbledore a Harry que ambos habían vivido y perdido seres amados en el Valle de Godric. ¿Por qué? ¿Estaban Lily y James enterrados cerca de la madre y la hermana de Dumbledore? ¿Había visitado Dumbledore sus tumbas, quizás caminado pasando las de Lily y James para hacerlo? Y ni una vez se lo había dicho a Harry… nunca se había molestado en decir…
Y por qué era tan importante, Harry no se lo podía explicar ni a sí mismo, pero aún así sentía que equivalía a una mentira no decirle que habían tenido ese lugar y esas experiencias en común. Miró hacia delante, apenas notando lo que sucedía a su alrededor, y no se dio cuenta de que Hermione había aparecido entre la multitud hasta que puso una silla a su lado.
—Simplemente no puedo bailar más —jadeó, sacándose uno de los zapatos y frotándose el talón—. Ron ha ido a buscar más cervezas de mantequilla. Es un poco raro. Acabo de ver a Viktor yéndose furioso de donde estaba el padre de Luna, parecía que habían discutido… —su voz se apagó, y lo miró fijamente—. Harry, ¿estás bien?
Harry no sabía por donde empezar, pero no importó. En ese momento, algo grande y plateado apareció cayendo del toldo sobre la pista de baile. Grácil y brillante, el lince aterrizó con suavidad en el medio de los asombrados bailarines. Las cabezas se giraron, y aquellos que estaban cerca se congelaron absurdamente en medio del baile. Entonces la boca del patronus se abrió y habló con la fuerte, profunda y lenta voz de Kingsley Shacklebolt.
—El Ministerio ha caído. Scrimgeour está muerto. Están viniendo.

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